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Actualizado: 24 de julio de 2025


Ni más ni menos que el común de los mortales. La vida galante de Nueva York no es por cierto lo que ofrece menos encantos en este triste mundo donde ese culto tiene tantos adeptos. En general, los países donde se bebe mucho champaña dejan bastante que desear desde el punto de vista de la austeridad de costumbres. Ahora bien, en ninguna parte se bebe más champaña que en Norte América.

¡Todo mentira!... Tendré que rehacer mi existencia con otro. Y empezó á pensar en África y en los continuadores de las cacerías de Roosevelt. Al llegar á Nueva York, los periódicos hablaron de Mina por ser la esposa del célebre Gould.

No; iba á ver á mi pequeño, á mi Jorge, primero en Londres, después en Nueva York, siempre en grandes ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser mamá con una muñeca viviente que cada vez se hacía más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la noche en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno de estos viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías que dije.

Las gentes comentaban su ocultamiento con guiños maliciosos. Algún nuevo amor; y sus amores casi siempre eran andantes, necesitando el viaje largo y el cambio de horizontes. Tal vez estaba en Constantinopla ó en Egipto; tal vez se ocultaba en uno de los enormes hoteles de Nueva York. A veces era cierto; en otras ocasiones, los más íntimos de la duquesa afirmaban que no había salido de París.

Las policías de Londres, París y Nueva York, dotadas de mil recursos preciosos, no tiene nada de extraño que puedan encontrar un delincuente dos horas después de haber cometido el delito: lo admirable sería que pudiesen hacerlo aquí.

Había estado al principio de la guerra en otro buque que iba de Londres á Nueva York, y recordaba las noches de inquietud, los días de ansiosa vigilancia espiando el mar y la atmósfera, temiendo de un momento á otro la aparición de un periscopio sobre las aguas ó el aviso eléctrico de un vapor torpedeado por los submarinos. En este mar se podía vivir tranquilamente, como en tiempos de paz.

La travesía de Nueva York al Havre se lo hizo más larga que a los argonautas toda su expedición: al fin pisó el puerto, tomó el tren y se detuvo en París, a lo cual le obligaba la necesidad de negociar ciertos valores, albergándose en la misma fonda donde estuvo algunos días al hacer el viaje de ida, porque en ella vivía su antiguo y cariñoso amigo Pepe Teruel, que conocía a Felisa, y a quien constantemente hablaba de ella: debilidad propia de enamorados, que siempre han menester confidente.

Cuando lo conseguimos, no encontramos nada capaz de satisfacer nuestra curiosidad. Parece mentira que las cosas humanas marchen de una manera tan monótona, que haya tan pocos choques de ferrocarriles, dada la extensión de líneas férreas y tan raros crímenes horribles, dadas las condiciones de nuestra amable especie. He ahí, por fin, el famoso puerto de Nueva York.

Enamorado yo de sus escritos, deslumbrada mi juventud por aquel vuelo de cóndores de su prosa soberana, entré a aquel Areópago con el pensamiento en las nubes y el corazón en los labios. Eran días tétricos para los colombianos residentes en New York, días en que un desdichado compatriota, al frente de un puesto distinguido, había llevado a sus gavetas joyas que no eran suyas.

Planteó la cuestión, discutieron, y venció... a medias, que es como siempre vence el hombre a la mujer. Manuel tenía necesidad ineludible de ir a Nueva York y permanecer allí dos o tres meses para arreglar asuntos que, al morir, dejó pendientes su padre, y que importaban muchos miles de duros; deseando además estudiar los últimos adelantos realizados por ciertos ingenieros yankees.

Palabra del Dia

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