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Sus pinceladas son vagas; parece como si quisiera concluir pronto, como si tuviera entre manos brasas ardientes. ¿Por qué? En cambio, sus pinturas de Bogotá, de la sociedad y de los literatos colombianos, es realmente seductora: nos hace penetrar en un recinto hasta ahora casi desconocido por la generalidad, especie de gyneceo original causado por el relativo aislamiento de la vida de Colombia.

La conferencia de Guayaquil. Bolívar y San Martín. Una hipótesis. El recuerdo recíproco. Analogías entre colombianos y argentinos. Caracteres y tipos. La partida. En Manzanos. Las mulas de Piquillo. El almuerzo. El tuerto sabanero. Una gran lluvia en los trópicos. En Guaduas. Encuentros. En busca de mi tuerto. Un entierro. Recuerdo de los Andes. Viajando en la montaña.

Pero, en tanto que eso es imposible, y lo será por muchos años, necesario es que los colombianos se persuadan de la necesidad de dar fuerza y cohesión al sentimiento nacional, de convertir esa especie de liga que un soplo puede hacer periclitar, en una agrupación humana, compacta, con un ideal, con una concepción idéntica al patriotismo.

Condensa en 24 páginas un capítulo que modestamente Titula: «La Inteligencia», y en el cual, protestando que no es tal su intención, el autor trata de perfilar a los primeros literatos colombianos contemporáneos, en párrafos de redacción suelta, a la diable, para usar su propia expresión.

Busqué sobre todo, con particular ahinco, las colecciones de objetos colombianos, y me parecieron lamentablemente pobres, en atencion á las incomparables ventajas con que ha contado España para procurarse en el Nuevo Mundo una abundante y variada cosecha de productos de los tres reinos.

País de libertad, país de tolerancia, país ilustrado, tiene felizmente la iniciativa y la fuerza perseverante necesaria para vencer las dificultades de su topografía y corregir las direcciones viciosas que su historia le ha impuesto. El regreso Simpatía de Colombia por la Argentina. Sus causas. Rivalidades de argentinos y colombianos en el Perú. Carácter de los oficiales de la Independencia.

Habla de la facilidad peligrosa del numen poético en los colombianos; se ocupa de don Diego Pombo, de Gutiérrez, González, de Diego Fallon, de José M. Marroquín, de Ricardo Carrasquilla, de José M. Samper, de Miguel A. Caro, y por último, de Rufino Cuervo. Tal es el contenido de ese capítulo, interesantísimo, sin duda, pero incompleto y demasiado a vuelo de pájaro.

Es el Adiós o la Serenata de Schubert, el preludio de la Traviata, que, surgiendo en el silencio con su acento tenue y vago, produce un efecto admirable; son, sobre todo, los tristes, los desolados bambucos colombianos, con toda la poesía de la música errante de nuestras pampas.

Durante un viaje hecho á Méjico, algunos años antes, habia recibido servicios de hospitalidad muy generosos en ese país, concibiendo un afecto profundo por la sociedad hispano-colombiana. Así, al vernos, habia creido poder corresponder indirectamente las finezas de que habia sido objeto, mostrándose amable con dos colombianos desconocidos.

Esa simpatía responde a varias causas. En primer lugar, los recuerdos de la lucha de la Independencia. Todos conocernos aquella rivalidad caballerosa, que tenía por teatro la vieja Lima, entre los oficiales colombianos y los argentinos, entre los vencedores de Boyacá y los vencedores de Chacabuco.