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Actualizado: 3 de julio de 2025


Agregad la identidad de origen, la petulancia andaluza, que no perdió nada al pasar el mar, unida al vago fatalismo árabe que empuja al abandono, recordad que jamás argentinos y colombianos discutieron un palmo de tierra ni cambiaron una nota agria por las mil fútiles causas que la diplomacia desocupada inventa, y comprenderéis porqué vive vigorosa y creciente esa simpatía entre los dos pueblos, que nada puede cambiar y que llevaba a la acción será un día la garantía más firme, la única, de la anhelada paz del continente sudamericano.

Aquel anciano singular es una enciclopedia en su género. Inmediatamente que supo mi orígen, me preguntó por todos los Colombianos que habian visitado el Escorial, y muy particularmente por el señor José Ignacio París, el colonel Joaquín Acosta Y otros sujetos muy notables que no existen.

La organización política actual de Colombia es sumamente defectuosa; y esta opinión que avanzo después de un estudio detenido, con cuyos detalles no recargaré estas páginas, es compartida hoy por muchos colombianos ilustrados. El sistema republicano, representativo, federal, es allí llevado a sus extremos.

Enamorado yo de sus escritos, deslumbrada mi juventud por aquel vuelo de cóndores de su prosa soberana, entré a aquel Areópago con el pensamiento en las nubes y el corazón en los labios. Eran días tétricos para los colombianos residentes en New York, días en que un desdichado compatriota, al frente de un puesto distinguido, había llevado a sus gavetas joyas que no eran suyas.

Antagonismo de héroes, combates de cortesía, como habría dicho un heraldo de armas del siglo XV. Los colombianos tenían por jefe a Bolívar, los argentinos a San Martín, y todos comprendían que esas dos glorias no cabían en el continente.

A cada paso islas tan primorosas, tan pintorescas que, salvo el calor y las plagas, hacían pensar en los archipiélagos del Mediterráneo; hileras interminables de sauces llorones, bordando las playas del rio y los suaves declives de las islas; caños oscuros, sombríos, saliendo misteriosamente de entre la selva y trayendo sus aguas sin corriente de las lagunas lejanas, donde moran la fiebre, las fieras y las serpientes venenosas y enormes á la sombra de una vegetacion exuberante y bravía; playas reverberantes, cuajadas de caimanes durmiendo bajo el ala de un viento abrasado, en cuyas orillas se amontonan las garzas de lindísimos colores, ó vaga el grullon persiguiendo á los peces descuidados, y cuyas arenas quemadoras se dan á veces sus terribles combates el jaguar, tirano de la selva, y el monstruoso dragon de los rios colombianos.

En cambio, reina desgraciadamente una costumbre que los mismos colombianos califican de salvaje. A pesar de toda mi simpatía y cariño por ellos, no puedo desmentirlos. Un hombre insultado en su honor o en su reputación, hace lealmente decir a su enemigo que se arme, porque lo atacará donde lo encuentre.

Por allí pasa el inmenso comercio de tránsito que se dirige a las costas occidentales de Colombia: al Perú, al Ecuador, a Chile, a California y a numerosas islas del Pacífico. Por allí pasan también los retornos, los minerales de Chile y California, los azúcares, guanos y salitres del Perú, las taguas del Ecuador, los escasos productos colombianos que encuentran salida por Buenaventura.

Palabra del Dia

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