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Actualizado: 2 de julio de 2025


Miró Isidro la multitud que bailaba abajo en la explanada de popa, y añadió: Nosotros mismos vamos adonde vamos porque los apóstoles de la nueva religión nos han abierto un camino y nos empujan por él sin que nos demos cuenta... Usted que es poeta, acuérdese, Ojeda, de lo que dio la vieja España a estos países americanos... Les dio el conquistador un héroe grande como los de la Ilíada, un superhombre, que en menos de un siglo exploró medio globo, labrando su vivienda en las alturas andinas a cuatro mil metros, junto a los nidos de los cóndores, o en valles ecuatoriales que son ollas de fuego.

Al otro lado del mar, en las costas del Atlántico y el Pacífico, o acopladas en las laderas de los Andes como los nidos de los cóndores, existían miles de ciudades unificadas por el idioma, las costumbres y un concepto peculiar del honor. Ochenta millones de seres hablaban el castellano y pensaban en él.

Cuando se aproxima observa los polvos, y por su espesor cuenta la fuerza: «son dos mil hombres» dice , «quinientos», «doscientos», y el jefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida, o es un campamento recién abandonado, o un simple animal muerto.

Enamorado yo de sus escritos, deslumbrada mi juventud por aquel vuelo de cóndores de su prosa soberana, entré a aquel Areópago con el pensamiento en las nubes y el corazón en los labios. Eran días tétricos para los colombianos residentes en New York, días en que un desdichado compatriota, al frente de un puesto distinguido, había llevado a sus gavetas joyas que no eran suyas.

A través de las verjas pasaban miles y miles de corceles; hombres con el pecho forrado de hierro y cabelleras pendientes del casco, lo mismo que los paladines de remotos siglos; cajas enormes que servían de jaula á los cóndores de la aeronáutica; rosarios de cañones estrechos y largos, pintados de gris, protegidos por mamparas de acero, más semejantes á instrumentos astronómicos que á bocas de muerte; masas y masas de kepis rojos moviéndose con el ritmo de la marcha, y filas de fusiles, unos negros y escuetos, formando lúgubres cañaverales, otros rematados por bayonetas que parecían espigas luminosas.

Desfilaban los veinticuatro ancianos con albas vestiduras y blancas barbas, sosteniendo enormes blandones que chisporroteaban como hogueras, escupiendo sobre el adoquinado un chaparrón de ardiente cera; seguíanles las doradas águilas, enormes como los cóndores de los Andes, moviendo inquietas sus alas de cartón y talco, conducidas por jayanes que, ocultos en su gigantesco vientre, sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos; y cerraba la marcha el apostolado, todos los compañeros de Jesús, con trajes de ropería, en los que eran más las manchas de cera que las lentejuelas; e intercalados entre ellos, niños con hachas de viento, vestidos como los indios de las óperas, pero con aletas de latón en la espalda, para certificar que representaban a los ángeles.

Mariano Moreno, el alma de la revolución de Mayo, era doctor en teología de la Universidad de Chuquisaca, como Voltaire era discípulo de los jesuítas, porque la misma educación calculada para atrofiar las alas del espíritu, fracasa en las inteligencias descollantes no habiendo procedimiento que valga para transformar los cóndores y las águilas en aves de corral.

Palabra del Dia

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