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Era una gran fábrica oscura de fachada churrigueresca, con balcones salientes de hierro. Tenía dos pisos, y sobre el balcón central del primero un enorme escudo labrado toscamente y defendido por dos jayanes en alto relieve tan toscos como sus cuarteles.

Y esta promiscuidad, bajo la misma manta, de viejos y jóvenes, de inocentes jayanes recién venidos de su tierra y veteranos de la vida errante, conocedores de todas las corrupciones, se efectuaba en medio de una forzada abstinencia de la carne, en un país donde por las condiciones del trabajo, los hombres son mucho más numerosos que las mujeres, y la continua afluencia de presidiarios licenciados traía consigo todas las criminales aberraciones de la virilidad aislada.

Los galgos, en un momento, ¡zás, zás!, se las tragaban sin pestañear; lo mismo que si le echasen cartas á un buzón. Los jayanes comían lentamente, sin mostrar prisa. Así estuvieron varias horas.... ¿Y quién ganó? preguntaron varios al mismo tiempo, interesados por la estúpida apuesta. ¿Quién había de ganar? Los hombres.

De pronto montó en cólera el canónigo Ulloa, y alzando el brazo dió una tremenda bofetada al arcediano, que súbito contestó con otra no menos contundente y sonora, y al ruído de ellas, cuantos estaban alrededor volvieron los rostros viendo con asombro y sorpresa á los dos eclesiásticos que se acometían furiosamente y luchaban como jayanes á brazo partido.

Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra. ¡Ta, ta! -dijo el cura-. ¿Jayanes hay en la danza?

Al grito de furor de los piratas respondieron las carcajadas de los arqueros. ¡Bien, muchachos! gritó Simón. Pero ocultaos de nuevo tras la borda, porque veo que han resuelto aprovechar la lección y tienden red de malla para protegerse contra nuestras flechas. Que nadie asome. No tardaremos en oir silbar las piedras de esos jayanes.

Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y, cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de la burla que quisiéredes.

Había llegado el momento de que se llevaran el cuerpo de Mauricia, y este acto tristísimo se conoció en los gemidos y sollozos de todas las mujeres que en la casa mortuoria estaban. Cuando Guillermina y Fortunata salieron, ya el ataúd era bajado en hombros de dos jayanes para ponerlo en el carro humilde que esperaba en la calle.

El Duque los ha traído consigo, dejando a los tres ruritanos con el Rey; y es porque quiere comprometer a estos últimos todo lo posible. ¿Vio usted a alguno de ellos entre los jayanes a quienes zurramos en el pabellón de caza, coronel? pregunté. No, por desgracia; de lo contrario ya no serían seis, sino cuatro.

Además de los guardabosques y algunos robustos jayanes que ganaban su vida carboneando y cortando leña en los vecinos montes, veíase allí á un músico de rubicunda nariz, á un alegre estudiante de Exeter, y más allá un sujeto de enmarañados cabellos y luenga barba, envuelto en tosco tabardo y un joven, al parecer montero ó paje, cuyo raído jubón no reflejaba gran crédito sobre la munificencia de su señor, quienquiera que fuese.