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Le servían muchos criados, constantes unos y entrantes y salientes otros; y como era aficionadísimo a la caza, no le faltaban una jauría de galgos, podencos y pachones, y dos hábiles cazadores o escopetas negras, que solían acompañarle.

Pero, don Federico, el cielo se encapota; las nubes van como si las corrieran galgos. Apretemos el paso. Capítulo VI Antes de seguir adelante, no será malo trabar conocimiento con este nuevo personaje. El buen hombre pudo reedificar su casa. Pero a los pergaminos no les cupo la suerte del fénix.

Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa ajena. -Real y verdaderamente -respondió el del Bosque-, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros, y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas.

Rodríguez Marín cita numerosos ejemplos en su edición crítica del Quijote, VI, 163. Cf. versos 702 y 1709. Los cristianos solían llamar galgos o perros a los moros. " ¿Cómo? En la calle de las Armas mora; Son señas de su casa dos balcones Azules, que al salir el sol los dora." Lope, La Niña de plata, B. A. E., XXIV, 284 a.

-Estraño es vuesa merced -dijo Sancho-. Presupongamos que esta liebre es Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los malandrines encantadores que la transformaron en labradora: ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la regala: ¿qué mala señal es ésta, ni qué mal agüero se puede tomar de aquí?

Queríale responder Sancho, cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho a mano salva y presentósela a don Quijote, el cual estaba diciendo: -Malum signum! Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!

Canarios o jilgueros recuerdan la primavera con sus trinos; y si el amo de casa es cazador, no faltan perdices y codornices cantoras en sus jaulas, y las escopetas y trofeos de caza adornan las paredes. En torno del hogar, casi en tertulia con los amos, vienen a colocarse los galgos y los podencos.

Cuando la docena de perros, bien contada, que tenía el cortijo de Matanzuela, galgos, mastines y podencos, olfateaban a medio día el regreso del aperador, saludaban con fieros aullidos y tirones de cadena el trote de la jaca, y avisado por estas señales el tío Antonio, conocido por el apodo de Zarandilla, asomábase al portalón para recibir a Rafael.

Los dos eran crueles perseguidores de las codornices, peguetas y chochas; pero mucho más terribles y empedernidos aún de las liebres. Apenas venían algunos días despejados, estos veloces o inocentes animales tenían que sufrir una violenta persecución por parte del gremio notarial, activamente secundado por media docena de galgos que, para que mejor corriesen, se les dejaba morir de hambre.

Preciso es confesar que hubo el mayor acierto, pues el plan de curación empleado dió unos resultados excelentes, de tal modo, que las defunciones perrunas comenzaron á disminuir con gran complacencia de los amos, que volvían á recuperar sanos y salvos á sus mastines, pechones, rateros, galgos y podencos, cuyas vidas habían visto en peligro.