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La decadencia física se había detenido piadosa ante la bella expresión de sus labios, encorvados hacia arriba como una luna en creciente. Sus párpados, algo marchitos, filtraban al encontrarse una luz transfiguradora semejante a la del sol sobre las ruinas, que dora el moho de las piedras negruzcas y da alegrías de jardín a las plantas parásitas de los escombros.

Se corta en trozos y se tiene un buen rato en adobo de sal y ajo; después se frota bien con un paño y se dora en manteca de cerdo o de vaca, y en la misma se fríe, picada, cebolla, se añade caldo y se deja cocer bastante, hasta que esté en su punto.

JULIA. Porque el hombre más enamorado siente la necesidad de comprometer su dicha, aunque no sea mas que para convencerse a mismo de que es libre; una mujer alegre conserva raramente a su amigo, o, si usted lo prefiere, a su amante, más de siete años. DORA. ¿Qué diferencia establece usted entre el amante y el amigo?

El sol radiante, que brilla en el cielo despejado y dora el aire diáfano, hace más espléndida la escena. Increíble multitud de pájaros la anima y alegra con sus trinos y gorjeos. En Andalucía, huyendo de la tierra de secano, buscando el agua y la sombra, se refugian las aves en estos oásis de regadío, donde hay frescura y tupidas enramadas.

Tiene usted lo esencial, porque es usted bonita, joven y además nada tonta. DORA. ¿Y en qué nota usted que no soy tonta? JULIA. En la gestión que ha hecho. ¡Pocas jóvenes hubieran sido capaces de ello, señora Stowe! No le guardo rencor por esto; al contrario, me parece muy bien. Sin embargo, ¡pudiera usted haber dado con una profesora de pirograbado menos indulgente que yo...!

Lo primero es marcharse antes de que lleguen las fuerzas mejor organizadas que guarnecen la capital con toda su artillería. Después vuelven á ella si han adquirido nuevas fuerzas en el campo. Lo mismo ocurrió esta vez. Doroteo Martínez se fué de la ciudad con sus «leales»; pero como necesitaba consolarse de que hubiesen violado á la Constitución, se llevó á viva fuerza á Dora.

Bendigamos el azar que tan benéfico nos fue en el reparto americano, que nos dio las regiones cálidas donde el sol dora el café y empapa las fibras de la caña, los campos donde el trigo brota robusto y abundante.

DORA. Yo también lo supongo. JULIA. ¿Y piensa usted que esta mujer, que no hacía con él su primer experimento, y que acaso lo amaba, no habrá recurrido a todo para atraérselo y conservarlo...? DORA. Y, en opinión de usted, ¿por qué no lo consiguió...?

Ahora bien; la señorita Dora, al recibir el anónimo, no se ha espantado ni ha intentado torturar a su prometido exigiéndole que se lo confiese todo. Ha releído la carta sin firma: «Su prometido tiene una querida, que vive en la calle Molitor, número 26, y que se gana la vida dando lecciones de arte industrial; se llama Julia Duval. Trátase de una buena muchacha, víctima de un impostor.

El general hacía un gesto de duda que casi llegaba á ser despectivo. Tenía razón: la belleza de Dora no era extraordinaria. La maestrita poseía el encanto de la juventud, una juventud ágil y sana, mantenida por los deportes y la higiene. Pero lo que se callaba Doroteo era que él la prefería á las beldades del país por lo mismo que resultaba distinta á todas.