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Actualizado: 1 de julio de 2025


Pero cuanto más se aleja del lugar de la fiesta, tanto más aumenta su turbación... Al punto de entrar en la sala de baile ve a Franz Maas, que se lanza hacia él presa de una agitación manifiesta. Una vaga sospecha de desgracia comienza a torturar su alma. ¿Qué ha sucedido? exclama. ¡Al fin te encuentro! Tu cuñada se ha indispuesto. ¡En nombre de Cristo!... ¿Y adónde la has llevado?

Finalmente, en cuatro o cinco siglos más de suministrar alimento intelectual de una sola especie y sin permitir el cultivo de las otras especies, flagelando por piedad a la impiedad, al sobrevenir las incidencias intestinas de la Reforma, la maestra de cultura que durante diez siglos había enseñado mucho y no aprendido nada, aparece en un grado de barbarie intrínseca, no alcanzado en los tiempos antiguos y que empieza a ser motivo de asombro para las generaciones posteriores, que no pueden ya explicarse o entender a los vicarios del Redentor haciendo quemar vivos a los hombres y a las mujeres más virtuosos, desde Bruno hasta Juana de Arco, y abriendo de antemano y de par en par la Porta Coelum a los que se alistasen en las bandas de forajidos devotos para torturar hombres, mujeres y niños cristianos de distintas cofradías ad mayorem Dey gloriam.

¡Lo amas! exclamó la vizcondesa. ¡No lo amo!... ¡pero me inspira tanta lástima!... ¡tanta lástima!... ¡Es tan poco acreedor a esta larga agonía que viene sufriendo!... ¡Y la soporta con tanto valor!... ¡Y tanta mansedumbre!... ¡Soy su prisionera!... podría torturar mi alma... martirizarme... y nunca... salvo el primer momento, no ha tenido para una palabra de reproche, una expresión amarga... Me trata como en pasados tiempos... ¡Tanto, que hay momentos, cuando me habla, cuando me sonríe, que me parece que nada ha pasado, que me encuentro únicamente bajo la presión de una pesadilla!

Que la multiplicación de los templos y de los teólogos en una región no tiene influencia de ninguna clase sobre los caracteres del suelo y del clima, ni sobre la criminalidad, ni suprime los terremotos y los tiranos, ni detiene las epidemias ni las pestes, cualquier persona sensata podría observarlo; pero el que mostraba síntomas de sensatez era perseguido a muerte por los poderes públicos, y el mismo Blas Pascal, que se hacía torturar las carnes con un cilicio, para asegurarse la salud a la moda del tiempo, no se vio libre de persecuciones.

Marta se pasó la mano por la cabeza, fingiendo torturar su espíritu, buscando una idea que pudiera salvarlos. De pronto se puso de pie lanzando un grito de alegría. ¡Dios sea loado! exclamó . Conozco un medio infalible para engañarla y burlar sus tentativas. Dadme el documento, Mathys; lo coseré al fondo de mi falda.

Imponiéndoles el amor a Dios, a sus ministros y a sus partidarios y el odio a sus enemigos, era una fuente de bondad y de maldad a la vez, y, naturalmente más eficaz en lo segundo que en lo primero, perfeccionó los métodos y los instrumentos de martirio, creó el purgatorio y el infierno para torturar a los muertos y afligir a los vivos, y derramó a torrentes la sangre judía, la mahometana y la cristiana también, por meras diferencias en la interpretación de los textos o en la práctica de los ritos sagrados.

Cuando se sabía, con la más completa certidumbre, que los muertos estaban asándose por disposición de Dios en el purgatorio y el infierno, y cuando este hecho imaginario alcanzó en el espíritu de las gentes, por las predicaciones de los ministros del Señor, la vividez de un hecho actual, patente y visible, atravesar la lengua a los blasfemos con un fierro calentado al rojo, torturar a los acusados de delitos religiosos y quemar vivos a los condenados fueron hechos tan regulares como lo es hoy el de sentenciar a las personas a trabajos forzados o a presidio permanente; o el de matarlas en duelo para el hombre culto o sin duelo para el inculto; o el de quemar negros en Norte América, donde todos se caerían de espaldas el día en que un blanco fuera quemado vivo, siendo, probablemente, la idea de la combustión futura de los forajidos blancos lo que quita importancia en el espíritu del pueblo a la combustión inmediata de los forajidos negros, en simple anticipación de la justicia divina, por la doble odiosidad del crimen y del color del criminal.

Si hubieran sido maestros en el arte de torturar habrían inventado la pena de viajar en diligencia, y no habría quedado un solo hereje en la piadosa España. En mis cavilaciones sobre el infierno, en los ratos desocupados, no habia podido formarme sino una idea muy confusa de los terribles dramas de aquel mundo de cóleras, relámpagos y fuego.

Ahora bien; la señorita Dora, al recibir el anónimo, no se ha espantado ni ha intentado torturar a su prometido exigiéndole que se lo confiese todo. Ha releído la carta sin firma: «Su prometido tiene una querida, que vive en la calle Molitor, número 26, y que se gana la vida dando lecciones de arte industrial; se llama Julia Duval. Trátase de una buena muchacha, víctima de un impostor.

Palabra del Dia

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