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Actualizado: 22 de junio de 2025


Ella no recibía entonces, ni salía de casa; pero Madame Duval era perseguida y detenida por Pedro Lobo, y ora por su medio, ora imprudentemente, valiéndose de un criado cualquiera, Pedro Lobo la inquietaba y la atormentaba con cartas pidiéndole, casi exigiéndole una cita. A las cuatro primeras cartas, dos al día, nada contestó Rafaela.

Lo mejor que podía yo hacer, y eso he hecho, es enviarle a Montilla a que tranquilice y aquiete a su hermano, exigiéndole, como le he exigido, y él cumplirá su promesa, no revelar nunca a su hermano quien le robó y le tuvo prisionero.

Cada vez que le sacudían de sus divagaciones y le sacaban del ensimismamiento oratorio, exigiéndole atención hacia el mundo exterior, se le hacía más violencia que si le metiesen las manos en los bolsillos y se los dejasen vacíos y vueltos del revés.

Mientras tanto yo envidiaba al catalán que, enteramente cubierto por la manta, no rebullía. Pero como no es posible la felicidad en este mundo, cuando yo estaba pensando en ella, apareció el revisor y le despertó exigiéndole el billete. Se levantó de muy mal humor, por no variar. Llegamos a la estación de Baeza, donde el catalán se bajó del coche. Don Nemesio y yo permanecimos en él.

Acudió Bolívar al llamamiento, y el 20 del mismo mes, cinco dias despues de su llegada á Bogotá, dejó instalado el Congreso, renunciando formalmente á la presidencia que se le habia conferido; pero su renuncia fué desechada, exigiéndole que hasta que la Constitucion quedase sancionada y nombrados los funcionarios superiores en el órden político, para cortar las alas á la anarquia conservase su autoridad, único medio que el Congreso estimaba hábil en aquellas amenazadoras circunstancias.

Ahora bien; la señorita Dora, al recibir el anónimo, no se ha espantado ni ha intentado torturar a su prometido exigiéndole que se lo confiese todo. Ha releído la carta sin firma: «Su prometido tiene una querida, que vive en la calle Molitor, número 26, y que se gana la vida dando lecciones de arte industrial; se llama Julia Duval. Trátase de una buena muchacha, víctima de un impostor.

Mina reía de sus juramentos de amor acompañados de gestos trágicos, y lo convidaba á comer, exigiéndole que no faltase á sus costumbres y siguiera fumando entre plato y plato un largo cigarro atravesado por una paja, que esparcía un olor pestilente. Una noche, el conde, para agradecer sin duda estas amabilidades, la invitó á un cinematógrafo.

Por respeto a su amiga, y porque en los lugares no anda la gente con sutilezas etéreas o pasadas por alambique, y porque con decir ella algo hubiera dado pie para que se añadiese mucho, doña Manolita ni a su padre confió el resultado de sus observaciones. Sólo le confió a Pepe Güeto, a quien nada ocultaba; pero exigiéndole el más profundo sigilo.

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