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En Madrid nos inquietaba un tanto la policía; aquí vivimos en la más perfecta y envidiable calma. Lector, si el cofre que tienes en tu casa te produce inquietudes profundas; si el cofre que tienes en tu casa te turba el sueño, créeme, tira el cofre á la calle. Pasa por todo, menos por intranquilizar tu espíritu.

Casi todas las noches doña Beatriz y el Condesito tenían un dúo larguísimo, inaudito para todos, salvo para ellos. Delante de don Braulio tenía lugar el dúo misterioso lo mismo que cuando don Braulio estaba ausente. Ni ellos se recataban, ni don Braulio se inquietaba.

La sonrisa del cura le inquietaba, le hacía subir los colores al rostro. ¡Era tan fina y maliciosa! Es verdad, señorito... es verdad... es verdad... No me acordaba... Pero no tiene usted más remedio que ir á Madrid, señorito... no hay más remedio... Aquí se aburre usted... necesita usted más campo. Los jóvenes de provecho no pueden estarse en las aldeas toda la vida.

Los estudiantes amigos de Gabriel pusieron en sus manos los libros de Darwin, de Büchner y de Haeckel; y el secreto de la creación natural, que inquietaba su pensamiento después de la abolición de la omnipotencia divina, se desgarró ante sus ojos. Vio cómo había surgido la vida sobre aquella esfera que rodaba centenares de millones de años en el espacio, sufriendo cataclismos y transformaciones.

Una solidaridad de sexo borraba de pronto las envidias y antipatías que separaban a los grupos femeniles. Señoras de diverso bando se juntaban para recorrer la cubierta con ojo avizor. Las inquietaba una ausencia larga de los maridos.

Residí en varios conventos, y con gran placer recuerdo los hermosos días de soledad que pasé en el pintoresco Desierto de Tenancingo, en donde sólo me inquietaba la amarga pena de ver que perdía en el ocio una vida inútil, el vigor juvenil que siempre había deseado consagrar a los trabajos de la propaganda evangélica.

El Almirantazgo, al cual probablemente inquietaba menos la suerte de Franklin que el famoso paso, indicaba siempre á sus expedicionarios el camino del Norte. Desesperada la pobre señora acabó por emprender ella misma lo que se le rehusaba con tal tenacidad, y equipando con gran desembolso un buque, emprendió el camino del Sur.

La idea de que fuera un espíritu superficial, no inquietaba a la joven, tanto la había conquistado su flirt galante, cuyo recuerdo exageraba, y a veces se sorprendía contando los días que la separaban del miércoles en que lo volvería a ver. ¡Cuánto lugar ocupaba en su vida, aquel desconocido de ayer!

Estaba sorprendida y despechada al mismo tiempo de no ver á su novio en la romería. ¿Se iría á hacer el desdeñoso aquel zarramplín después de haberle arrancado la confesión de su amor? Esta idea inquietaba su orgullo y arrugaba su frentecita. ¿Lo ves cómo te quedas seria? le dijo su amiga mirándola con ojos maliciosos No puedes ocultar que estás chaladita perdida por Jacinto.

Luego D. Evaristo pareció instantáneamente asaltado por una idea que le inquietaba. Después de meditar un instante, aprovechando aquella ráfaga de inteligencia que cruzaba por su cerebro, cogió el sobre que contenía la inscripción, y devolviéndoselo, le dijo: «No dejes esto aquí. Puedo morirme de un momento a otro, y tu dinero corre peligro de extraviarse. Es mejor que lo guardes .