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Ahora ya es distinto: ya tengo en mi poder lo que buscaba... «Pues no comprendo», diría cualquiera, «ni los apuros de antes ni la tranquilidad de ahora; porque lo hecho, hecho está, y el clavel, por solo, no vale el trabajo que te has tomado viniendo a recogerle, según has declarado ser verdad.» ¡Carape si lo es! «Corriente», volvería a decirme cualquiera: «si lo hecho ya no tiene remedio, y el clavel, por solo, no vale dos cuartos, ¿para qué te quedas con él?...» ¡Valiente reparo de mala fe sería ese!

MANIL. Ya, señor, las tres han dado: Hora será de comer, Si por dicha, como ayer, No te quedas olvidado. Deja la melancolía, Come y desecha la pena; Que aunque comas, será cena, Pasado lo más del día. Aunque a Jarifa aguardaras Con la mesa puesta ansí, Era ya tarde. ABIND. ¡Ay de ! Que en sólo el cuerpo reparas; Déjale al alma comer Suspiros, lágrimas, quejas.

Anda, anda, hazte millonario en la Bolsa, y si quedas en pordiosero, no vengas a buscarme, porque lo que hará tu tío es reírse al ver lo bruto que eres. La ruptura con su tío entristeció a Juanito. No había conocido otro padre; y además, en sus cálculos de comerciante, siempre había figurado la esperanza de ser el heredero de don Juan.

¿Estás seguro? ¿En vuestras largas conversaciones durante la lección de pintura no se te ha escapado nunca alguna palabra que la haya puesto en sospecha? Nunca. Era vuestro huésped. Eres un caballero. En adelante, por lo que a se refiere, quedas en completa libertad de hacer lo que te plazca. No debo ni puedo oponerme a que la señorita de Sardonne sea dichosa contigo si ella así lo estima.

Púsose el bufón una caperuza, envolvióse en una capilla, salió de su aposento con Montiño y cerró la puerta con llave, murmurando: Ahí te quedas, terrible secreto; , aposento miserable del bufón, no hablarás, como tampoco hablará la tumba del paje. Vamos, Montiño, vamos; ¿pero á dónde vais? A las cocinas. ¿Queréis que cuando me veo arruinado, abandone el único recurso que me queda?

Regalo son de los ojos, haciéndolas menos densas y bordando de la noche las misteriosas tinieblas: un luminoso suspiro de la luna macilenta; ¡del astro que lejos muere la despedida postrera! la luz temblorosa y pura de mil millares de estrellas que errantes chispas encienden sobre las ondas serenas; huyendo de los esquifes, murmurándoles sus quejas, fosforescentes espumas por irritadas más bellas; nieve, purísima nieve, dormida en las aguas quedas y que azoran, de los remos, las sacudidas violentas: destellos que multiplican las armas de los cincuenta que van a Máctan, del Régulo a vengar la grave ofensa, y que en la costa enemiga marcaran, antes, sus huellas, de que las nocturnas sombras avergonzadas por feas, se escondan viendo del alba la blanca faz hechicera.

Convidóles con su asiento el Chicharro y el Gallo, el uno, que cantaba pidiendo por las siestas en verano y despertando los lirones ; el otro mendigaba por las madrugadas; y tomando el suelo por mejor asiento, porque cualquiera cosa más alta los desvanecía, y estando en esto, entró un pobre en un carretón, a quien llamaban el Duque, y todos se levantaron, ellos y ellas, a hacelle cortesía; y él, quitándose un sombrerillo que había sido de un carril de un pozo, dijo: Por mi amor que se estén quedos y quedas, o me volveré a ir.

Pero, Curra, por Dios, te quedas parada por todas partes. ¿Sabes?... ¿Y Jacobo no ha venido?... De fijo que llega tarde... busca un buen sitio y llévate a Martínez. ¿Me entiendes, Curra?... Con esa calma, ni vas a oír a Jacobo, ni me verás a tampoco... ¡Anda!... ¡Las dos ya en Palacio!... ¡Se acabó! Me deja plantado; ahora que llega tarde...

Eso que no te lo consiento. ¿En mi casa escenas de comedia? No, no lo esperes. ¡Pero qué tonta, y qué exagerada, y qué puntillosa es usted, hija! ¿Qué mal hay en eso?, a ver... Le digo a usted que no me voy. Pues te quedas aquí... ¡Ah!, no, eso tampoco. Márchate, niña de mi alma, y no me pongas en tan mal paso. No es de mi carácter eso.

Entre tanto, quede yo en tu memoria tan gentil y enamorada, como en la mía quedas, y ten por cierto que nunca dejará de amarte tu Teletusa». Leída esta carta, Tiburcio entregó a Morsamor otra que donna Olimpia había dejado escrita para él.