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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Ya el Sultán se abrasa perdidamente en el fuego mío; cuando al huir nos mire pasar por ante sus ojos y todo su poder no alcance a estorbarlo, su propio cuello se lo morderá de rabia, y para que no calme este leve sinsabor, todas las siestas le recordará su burla y nuestro amor la paloma azul, que vendrá a arrullar sobre su ventana.

Si le hablaban de las perdices y los conejos hacía un mohín de disgusto y movía el rabo con impaciencia como si tratase de pasar a otro asunto. Las perdices y los ánades eran para él cuentos del tiempo viejo, calaveradas de la juventud; que le dejasen de romanticismos y le hablasen de las buenas siestas al pie de la chimenea y de los buenos platos de cocido con desperdicios.

Y aunque es verdad que entonces tendrá vida Ilustre y argentada, no por eso Será el festejo y ocio á su medida. Que esto del recitar es tan avieso Que tras sufrir las grimas de tres horas En un teatro, nos trastorna el seso; El decorar nos lleva las auroras, A las siestas ocupan las salseras, Y la comida y sueño á las deshoras.

Pensar que pueda haber trabajo esquivo Para , con vosotras, mis señoras, Es negarle al azogue que no es vivo. Las auroras, las siestas, las deshoras, Me serán siempre cómodas, y tales Como el sueño que inspiran las auroras. Y así no hay que temer ansias mortales, Mientras yo fuere vuestra: sude el río, Que más por esto abundará en cristales.

Pero, dejando en él lo de la valentía a una parte, vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales que halló en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad y que su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco.

Cada caña es una flauta que solloza inconsolable Si Céfiro agita blando sus penachos de esmeralda, Y en el tedio de las siestas, si cruzamos los senderos, Nos convidan a la sombra de sus plañideras ramas.

Llegaron de nuevo los felices días del vino a la francesa, y con ellos el buen humor, las largas siestas, y el pasito de gavota al cruzar el puente de Aviñón. Sin embargo, desde su aventura dábanle muestras constantes de frialdad en la ciudad; los viejos movían la cabeza, los niños se reían señalando al campanario.

Pastorcillo, que vienes, pastorcico, que vas? Pues en verdad que está ya duro el alcacel para zampoñas. A lo que añadió el ama: Y ¿podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los lobos? No, por cierto, que éste es ejercicio y oficio de hombres robustos, curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas.

Vime harto y contento con el segundo amo y con el nuevo oficio; mostréme solícito y diligente en la guarda del rebaño, sin apartarme dél sino las siestas, que me iba a pasarlas, o ya a la sombra de algún árbol, o de algún ribazo o peña, o a la de alguna mata, a la margen de algún arroyo de los muchos que por allí corrían.

No era Maltrana el único que se había aproximado queriendo perturbar con diabólicas propuestas su tranquilidad de argonauta reflexiva y prudente, aquel quietismo monacal de plácidas digestiones y largas siestas, que era para ella el encanto más grande de las travesías oceánicas.

Palabra del Dia

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