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Medrano, después de sentarse a la sombra de algún árbol, quedábase mudo un instante, sin otro movimiento en toda su figura que la roja pluma del sombrero que el céfiro agitaba. Pero poco después, incitado por la vista del valle, cuya extensa claridad le recordaba la mar luminosa y tranquila, poníase a referir la captura de poderosos bajeles o algún audaz desembarco en las costas de Levante.

El círculo inmenso que á la vista se presenta por momentos se reduce. El marino entonces, cual el autor de los Tristes encomendaba al Noto, murmurase una súplica al oído de Augusto, deposita en el céfiro que acaricia la lona de su ligero buque un pensamiento que generalmente dice ¡para ella! Este ¡ella! sintetiza toda una poética historia.

Arrebata el viento el polen de una flor, lo deja caer en otra de la misma especie, y de allí a poco brotan nuevas yemas y pimpollos. Sacude el céfiro el ramaje de la palmera macho, y llevando un algo misterioso de ella a la palmera hembra, la hermosea y fructifica. ¿Acaso se tacha de inmoral al botánico que lo observa y escribe?

Allá, a la hora del crepúsculo, cuando las nieblas descienden al fondo de los valles y el céfiro pliega sus alas sobre las flores, Manolo suele pegar un tremendo empujón a su amigo Grabiel que le hace caer sobre el grupo de criadas, las cuales reciben el golpe como una manifestación de respeto y galantería. A partir del empujón, entre reclutas y criadas se establece una amistad inalterable.

Esta cultura es una civilizacion que triunfa a costa de la ciencia de Dios, y Dios no puede permitir que este pueblo sea el pueblo de la humanidad. ¡No! no puede ser el maestro del mundo, un pueblo que llama gran industria del siglo á la operacion de lustrar las botas, y céfiro á una tienda de quincalla, y estrella del Norte ó del Mediodía á un almacen de tapones de corcho, y buen pastor á un despacho de aceite y de vinagre, y sílfide á un mesón, y pensamiento á una zapatería, y bello pensamiento á unos confites.

Jaime oyó pasos furtivos en las habitaciones inmediatas; vio cortinajes que se agitaban levemente, como movidos por suave céfiro; adivinó tras de ellos cuerpos en acecho, ojos que le contemplaban ocultos. La criada volvió a aparecer, saludando a don Jaime con grave cortesía. ¡Era el sobrino de la señora!... Le acompañó hasta un gran salón, y desapareció.

Callaron todos, y dijo en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán, desta suerte : SONETO Aquel que, más allá de hombre, vestido De sus propios augustos esplendores, Al sol por virrey tiene, y en mayores Climas su nombre estrecha esclarecido, Aquel que, sobre un céfiro nacido, Entre los ciudadanos moradores Del Betis, a quien más que pació flores Plumas para ser pájaro ha bebido,

Pero de todo triunfaba aquel bendito. ¿Y cómo no, si sus manos parecía que no tocaban las cosas; si su vista era como la de un lince, y sus dedos debían de ser dedos del céfiro que acaricia las flores sin ajarlas?... ¡Qué diablo de hombre! Habría sido capaz de hacer un rosario de granos de arena, si se pone a ello, o de reproducir la catedral de Toledo en una cáscara de avellana.

Respírase en estas escenas un aire puro y fresco, un céfiro que parece soplar de los incomparables valles del Sil y del Genil; todos los encantos del cielo meridional, y de una naturaleza tan grandiosa como bella, parece que se extienden sobre ellos.

Allí cerca había una carreta: con gran destreza y prontitud sus compañeros le echaron a una pierna un lazo corredizo, atando la extremidad del cordel a una de las ruedas de la carreta. El coronel dio la voz de «marchen». Sonaron los tambores y todas las mitades se pusieron en marcha, menos Modesto, que se quedó parado con una pierna en el aire, como los escultores figuran a Céfiro.