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Oid como resuenan los ¡vivas! nacionales, Cual desde el alta torre sus glorias inmortales Publica la campana con lenguas de metal; Oid como retumban los bélicos tambores, Los cantos de la infancia, del pueblo los clamores, Que llenan todo el templo cual coro universal.

Por entre las dos columnas de sus pantorrillas desfilaba, á pie y á caballo, llevando tambores al frente y banderas desplegadas, todo un ejército de enanos tocados con turbantes y plumeros, á estilo oriental.

Venía en busca de Riquer, a burlarse en sus propias barbas, navegando arrogante a la vista de su ciudad. Tocaron a rebato las campanas, sonaron los tambores, el vecindario se agolpó en las murallas de Ibiza y en el barrio de la Marina. El San Antonio estaba carenándose en tierra; pero Riquer, con los suyos, lo echó al agua.

Mesía, dejando detrás de a su amigo, ocupó el medio del balcón, arrogante y desafiando las miradas de los clérigos que pasaban debajo de él. Los tambores vibraban fúnebres, tristes, empeñados en resucitar un dolor muerto hacía diez y nueve siglos; a don Víctor le sonaba aquello a himno de muerte; se le figuraba ya que llevaban a su mujer al patíbulo.

Viéndome desmontado, me dirigí a buscar un puesto entre las escoltas de la artillería o en el servicio de municiones, que se hacía precipitadamente por los tambores entre los carros y las piezas.

¡Vivan los novios! La pequeña aldea de Entralgo se estremecía de júbilo. Chillaban las gaitas, redoblaban los tambores, estallaban los cohetes, los hurras atronaban el espacio. ¡Vivan los novios! Nadie podía ver cruzar aquellas gallardas parejas sin exhalar este grito del fondo del corazón.

El fuerte lo constituye un reducto cerrado con revestimiento de piedra, terminado por un muro de 1'30 metros sobre la banqueta, flanqueado por tambores; en el recinto se levanta un magnífico cuartel, espacioso y construído en admirables condiciones de defensa. La guarnición es de un Oficial y 22 hombres de tropa.

¡Hermosa fiesta la de esta noche en casa de los señores de ! Los tambores atruenan la sala. No hay quien haga comprender á esos endiablados chicos que se divertirán más renunciando á la infernal bulla de aquel instrumento de guerra.

En todos los días, aunque la misa sea rezada, asiste la música y cantan en el coro los kiries, la gloria, credo y sanctus, y todo lo que cantarían siendo la misa cantada, y les tambores tocan y hacen el mismo estrépito que en los días festivos.

La música militar, que seguía tocando en el patio, quedó ensordecida por el redoble de una gran banda de tambores que se aproximaba viniendo del interior del palacio. Los altos y poderosos señores del Consejo Ejecutivo sólo podían presentarse en las ceremonias oficiales rodeados de gran pompa. Entraron en el patio los tambores, que eran unos treinta, y detrás de ellos igual número de trompeteros.