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En un principio dudó por ver tales hechizos rodeados de prendas costosas, lazos y perifollos caros.

A los gritos del combate sucedió un silencio sombrío e imponente; y aquellos diez y ocho hombres, únicos supervivientes, aislados en medio del Océano, rodeados de cadáveres, no se miraban sin cierto espanto. El mismo Kernok fijaba los ojos con estupor en el tronco informe del capitán inglés; porque la metralla se le había llevado un brazo.

Cuando ofrecía la mano a la Vizcondesa para ayudarla a subir, me dijo ésta: ¿Ve usted, señor, cómo con la religión y los buenos principios no hay matrimonios desproporcionados y rodeados de peligros?

Las cárdenas ojeras le cogían media cara; el superciliar salía como una visera; los ojos, hermosos y ardientes, quedábanse allá dentro, y rodeados de aquella piel morada relumbraban más, como si acecharan el acaso que iba a pasar. Las cejas negras formaban una sola línea recta.

Por debajo de la torre se va, sin poder hablar del asombro, a lo jardines llenos de fuentes, y rodeados de palacios, y el más grande de todos al fondo, donde caben las muestras de cuanto se trabaja en la humanidad, con la puerta de hierro bordado y lleno de guirnaldas, como se labraba antes el oro de los ricos; y sobre el portón, imitando la bóveda del cielo, la cúpula de porcelanas relucientes; y en la corona, abriendo las alas como para volar, una mujer que lleva en la mano una rama de oliva: a la entrada del pórtico está, con una mano en la cabeza de un león, la Libertad, en bronce.

En el escaparate, ancho y de poca altura, se veían fanales de barco, rodeados de alambres gruesos y dorados; cronómetros, cámaras de bitácora, correderas, sextantes, catalejos y otros muchos instrumentos.

Desde el Mercado nos dirigimos, dando un rodeo, hacia la Calle de la Rúa, cuyo anticuado aspecto habíamos oído celebrar mucho; pero, antes, al pasar por cierta solitaria plazuela, tuvimos que hacer otra parada para contemplar á dos notabilísimos personajes que, rodeados de gran número de bestias y de montones de costales llenos y vacíos, contaban dinero á la puerta de una vetusta casa, como si en ella acabasen de comprar ó de vender trigo, cebada, maíz ó cosa tal.

La seda abundaba en remiendos, gloriosos recuerdos de cornadas en las que quedaban al aire faldones y vergüenzas, y estaba manchada de amarillentos rodales, viles vestigios de las expansiones del miedo. Entre este populacho de la tauromaquia, amargado por el fracaso y mantenido en la obscuridad por la torpeza o el miedo, existían grandes hombres rodeados de general respeto.

¡El ahorro! exclamó Aresti. ¡Ahorrar y enriquecerse, teniendo unos cuantos reales de jornal, y viviendo rodeados de gentes de su misma clase que les explotan en el alimento y en la casa!... Eso no intervino Sánchez Morueta, con autoridad. Ya sabes, Luis, que no estoy conforme con tus ideas. El obrero español es víctima de la imprevisión.

No se podía vivir, como los cadáveres de los magnates faraónicos, en una tumba lujosa, ungidos de perfumes, rodeados de todo lo que sirve para el alimento y el sueño. Nacer, crecer, procrearse y morir no bastaba para formar una historia: todos los animales hacían lo mismo. El hombre debe añadir algo más que sólo él posee: la facultad de imaginarse el porvenir... ¡soñar!