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Al fin, el matador se fijaba en ellos: «Pueen ustés retirarse.» Y la cuadrilla salía empujándose, como una escuela en libertad, mientras el maestro continuaba escuchando los elogios de los «inteligentes», sin acordarse de Garabato, que aguardaba silencioso el momento de desnudarlo.

Sobre aquellos picachos de eterna verdura fijaba mi vista con la misma insistencia con que lo hace el que trata de reconocer á larga distancia las facciones de un sér querido. La campana de proa anunció la oración. La marinería cesó en sus faenas, reinó el silencio y la plegaria alzó su vuelo á otros mundos.

Acariciaba, al hablar, los mechones de la cabellera de Freya, que acababan de librarse del encierro del sombrero. Y Freya, adaptándose al ambiente tierno de la situación, se apelotonaba contra la doctora, tomando un aire de niña tímida y acariciante, mientras fijaba en Ulises sus ojos de dulce promesa.

Con el aplomo y la superioridad que da el dinero, Calderón apenas fijaba la atención en quién requería de amores a su hija, abrigando la seguridad de que no le faltarían buenos partidos cuando quisiera casarla.

La situación de Valeria era más libre y desembarazada, pero no envidiable. Por pobre, estaba libre de los cuidados que da el oro; por abandonada, no había menester consentimiento de nadie; mas, ¿de qué le servía aquella independencia, si el compañero de Gutiérrez no se fijaba en ella?

Lo que yo entendía era que Luis María quería cortar con amabilidades más o menos sosas; pero no se lo agradecí en lo más mínimo. Entretanto, cuantas veces podía, sin llamar la atención, fijaba los ojos en María Elvira. ¡Al fin! Ya la tenía ante , sana, bien sana. Había esperado y temido con ansia ese instante.

Cada vez que se acercaba a las camitas donde estaban acostados y se fijaba en ellos, aquella observación se confirmaba con más fuerza. Los niños se parecían muchísimo: ambos eran muy blancos, de pelo y ojos negros, chatillos, gorditos, casi de igual volumen.

Repito a usted, pues, que la justicia no tiene en adelante cuentas que pedirle. Es evidente que el tiempo que ha pasado usted aquí dentro no podrá serle grato; pero supongo que no habrá dejado de ser fructuoso para sus estudios sociales. Sin pronunciar una palabra, sin un movimiento que demostrara su placer, impasible, inmóvil la nihilista fijaba la mirada en el juez.

Fortunata, al oír esto, fijaba sus ojos en el suelo, repitiendo como una máquina aquello de que lo mejor era el desprecio. , despreciarle, repetía el otro, pues era ignominia solicitar su protección. Aunque le dieran lo que le dieran, no era capaz Fortunata de decir ignominia.

Guiado de clarísimo entendimiento, se fijaba bien en cuantas alteraciones sufría, para decírselas al médico, y luego le daba las tomas que la recetaban, con los intervalos debidos, arropándola en seguida como una niña a su muñeca.