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Julián, que sufría la inquietud, el hormigueo en la planta de los pies que nos causa la sensación de hollar algo blando, algo viviente, o que por lo menos estuvo dotado de sensibilidad y vida, experimentó de pronto gran turbación: una de las cruces, más alta que las demás, tenía escrito en letras blancas un nombre.

Yo sufría por ella y tanto como ella, pero le contesté con dulzura y logré hacerle comprender que su resentimiento era excesivo y hasta injusto, pues, al fin, la vanidad de la Marquesa de Oreve no hace daño a nadie más que a ella misma y en modo alguno al artista que la pinta como es.

El joven se encolerizó al pensar en la misteriosa fortuna de la avarienta trapera. El era su nieto, y sufría hambre teniendo derecho a una parte del tesoro oculto. Sintiose de pronto animado por una firme resolución. Iría a visitar a la Mariposa, aprovechando la ausencia de Zaratustra.

Yo me encontraba en una situación enteramente excepcional, y sufría todas sus consecuencias. Sin embargo, las aceptaba, y cien veces que hubiera sido necesario hubiera vuelto a casarme con Amparo. ¡Cómo llenaba mi alma! ¡Cómo la enloquecía! ¡Cómo la desesperaba! ¡Cuánto la había divinizado mi amor! Todo en ella para era perfecto. Todo en ella para era ardiente.

Para su imaginación, ésta era la mayor deshonra que puede sufrir un hombre. Al trastornarse su existencia con las agitaciones de la guerra, reaparecían las mismas angustias. Completamente despierto, en pleno uso de razón, sufría un suplicio igual al que experimentaba en sueños viendo su nombre sin honra al pie de un documento incobrable.

Había considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba. Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros días, la única preocupación de la familia.

Hola, Rafaelillo le decía muchas tardes al verle llegar. ¿Pero por qué viene usted con tanta frecuencia? Nos van a tomar por novios. ¿Qué dirá su mamá? Y Rafael sufría cruelmente; se avergonzaba de mismo, pensando en lo que ocurría en su casa; en las iras que arrastraba para llegar allí. Pero le era imposible librarse de la atracción que sobre él ejercía Leonora.

Y misia Casilda, aferrada a su idea salvadora, repetía que era pedir lo suyo, ahora que se necesitaba, y a título de préstamo: una vez reintegrado, que siguieran gozando de la fortuna benditos de Dios, porque los treinta mil pesos serían reintegrados y cuanto antes: ese dinero les quemaría las manos, con ser de su propiedad, como era. ¿Y creía él que ella no sufría de verse en la dura necesidad de recurrir a Gregoria, su implacable hermana?

Esto y mucho más hacía y sufría por los pobres indios: y aunque otros no pudieran tolerar el contínuo peso de vida tan trabajosa y con tan poco alivio, con todo eso él duró en ella por muchos años, y cada día se hallaba con tanto vigor como si en aquel comenzase; de lo cual, como dije en otra parte, no acababa yo de maravillarme; pues cuando oídos sus trabajos en la Misión de los Zamucos le consideraba consumido de fuerzas y que apenas se podía tener en pie, le poco después en Córdoba, con alientos y vigor de joven, siendo así que ya contaba sesenta y cuatro años de edad.

que hacía mal, pues no debo odiar ni despreciar a nadie... Pero sufría mucho para ser buena. Luciana volvió a darme las gracias y a besarme, pero sus caricias me eran odiosas. ¡Oh! señor cura, regáñeme usted, si quiere; muéstreme mi deber; pero, sobre todo, consuéleme. Usted, que sabe el bien y el mal de mi vida y de mi alma, deme valor y un poco de su piedad. Máximo a su hermano.