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Actualizado: 15 de julio de 2025
Y Rafael, perturbado por el miedo a parecer ridículo, se decía que aquellos brutos estaban tal vez en lo cierto, que así se triunfaba, y que él sufría por su culpa, por contemplar a Leonora respetuosamente, de lejos, como un idólatra sumiso. ¡Cristo! ¿No era él el hombre y por tanto el más fuerte? Pues a hacer sentir la autoridad del sexo. Le gustaba y había de ser suya.
Vivía con este matrimonio una sobrina, aquella Eladia simpática que ya conocemos. No sufría por cierto con tanta paciencia los rigores y asperezas de su tía. Respondía á veces de mal talante; había disputas frecuentes, gritos, amenazas y hasta golpes. Costábale á Martinán mucho trabajo poner paz entre ellas.
La víctima humilde y fuerte, el alma cristiana que sufre la miseria de la vida en su manifestación más dolorosa sin rebelarse contra la voluntad de Dios. En vano esperé que Amparo diese una muestra de debilidad ni de impaciencia. Continuaba inmóvil y tranquila: pero con una tranquilidad que me desgarraba el alma. Yo sufría de mil maneras distintas. Primero, el inmenso infortunio de Amparo.
No obstante, Amaury sufría, y como su pesar te atormentaba a ti, no pudiste menos de consolarle con todo tu poder, transformándote, aunque de lejos, en hermana de la caridad de su enfermo espíritu. Después volviste a verle, y entonces fue más dolorosa y terrible que nunca la lucha que hubo de sostener tu alma.
Ya no creía en la pasión, aunque tanto le estaban doliendo aquella noche sus últimas raíces; ya no creía apenas en el ideal, en el arte...; todo era un engaño, tentación del pecado.... Sí: volvía su esclavitud, su afrenta, aquella vida de perro atado al pie de la cama de una loca; él ya no tendría fuerza para resistir; con un ideal, con una pasión, lo sufría todo; sin eso... nada.
Y Montiño seguía abismándose en su pensamiento y contemplando el cofre, y probando su peso, y queriendo deducir por él el valor de su contenido. El cocinero mayor sufría el tormento de los avaros. Pero era necesario salir de su reservado aposento.
Doña Juana, pues, sufría y gozaba; lloraba y sonreía, se avergonzaba, y sin embargo su alma se dilataba, reposaba en una dulce confianza. Doña Juana entonces estaba en el cielo, sin haber desaparecido de la tierra. Asió las manos de los dos jóvenes, los atrajo á sí, los estrechó á un tiempo contra su pecho, y partió con los dos sus besos y sus lágrimas.
¿Y aquella desgraciada abandonada, sola al lado de la cuna de su hijo y que había debido pasar por mil torturas antes de trazar aquel testamento de odio? Aquella sufría hasta la desesperación, hasta la locura, hasta el suicidio acaso, como mujer y como madre. ¡Dios mío! El que causaba tales dolores, tales faltas, tales crímenes, ¿no era más indigno de perdón que el peor criminal?
Tenía ciega confianza en la bondad de su corazón y en la firmeza de sus afectos; pero al verla tan serena, moviendo entre sus dedos pequeños y sonrosados la aguja de marfil, sin preguntarle nada, sin pedirle que demorase el viaje por algunos días, sin decirle nada, sufría un nuevo y doloroso desengaño.
Lo amaba, porque había sido de mi padre: todo era en él precioso para mí, sus grabados en madera, sus tapas comunes, bastante estropeadas, sus ángulos doblados por los golpes que sufría, sus páginas descoloridas, en las que mis ojos inquietos se solían detener de paso.
Palabra del Dia
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