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Y él ¿dónde estaba? Conmigo. ¿Conocía usted a la muerta? Nunca hablé con ella. ¿Hoy la vio usted? No. ¿Sabía usted que hacía años que vivía con su amigo, que le amaba, que se amaban? Al prolongar el juez esta pregunta, en la cual hacía especial hincapié a fin de leer en el ánimo de la nihilista, no quitaba los ojos de los de ésta. Pero la joven contestó, impasible: .

, continuó; el movimiento ha fracasado y me han desertado muchos porque me vieron abatido vacilar en el supremo instante: ¡conservaba algo en mi corazon, no era dueño de todos mis sentimientos y amaba todavía!... Ahora todo está muerto en , ¡y ya no hay cadáver sagrado cuyo sueño tenga que respetar!

Pensando en que esto podría suceder muy bien, sacaba en claro Cervantes, que él quedaría el único dolorido y el único desesperado; que al perder la esperanza de gozar a doña Guiomar, y cuanto para él doña Guiomar valía, había conocido cuánto la amaba, y cuán con exclusión de toda otra mujer.

Y, sin embargo, doña Juana le amaba con toda su alma; desde el momento en que le vió guardó su recuerdo, reposó en él, acabó en fin, por enamorarse; pero pura, y digna, y acostumbrada á las rígidas prácticas del convento, guardó su amor dentro de su alma, le combatió, le dominó si no le venció, y ni el mismo hombre amado pudo apercibirse de él, ni aun el confesor tuvo noticia alguna.

¡Por espíritu de contradicción! ¡Á mi costa, en todo caso! Porque por ti he quebrado mi vida. Amaba el mundo, y he tenido que vivir retirada. Sin familia, mi solo consuelo ha sido la adopción de una niña que no era nada mío. He tenido que comprimir todos mis sentimientos y he envejecido estéril é irritada ... Todo por tu causa.

Un hombre extraño le ha mandado morir, y ha muerto. Un hombre extraño ha robado aquel hijo á su madre; á esa madre que lo ha concebido, que lo ha criado, que lo amaba con todas las veras de su corazon, que se estaba mirando en él como en un espejo.

De modo que eran muchos los objetos que llevaban á palacio al confesor del rey, objetos todos enlazados, que reconocían una misma causa: su amor á la reina. Porque nuestros lectores lo habrán comprendido: el padre Aliaga amaba á Margarita de Austria.

Madre dijo él acercándose hasta tocarla, cuando te hube confesado todo, ¿no te dirigiste a su conciencia? ¿No le predicaste que, si me amaba verdaderamente, debía renunciar a , porque hacía mi desgracia, y sabe Dios cuántas otras cosas? Madre ¿no has hecho eso?

Mabel, la dulce y bondadosa niña que yo tanto amaba, y cuyo porvenir había sido depositado en mis manos, había cometido el grave y triste error, como otras tantas niñas, de enamorarse de un hombre vulgar, torpe y muy inferior a ella.

Un hombre estudioso la amaba; un antiguo secretario de su padre el gobernador colonial. Sólo una vez se habían confesado este amor. Luego continuaron su vida como siempre, guardando cada uno su secreto, poniendo la realización de sus ilusiones en un porvenir indeterminado... Pero llegaba la guerra.