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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Así que, ante la presunción de ser engañado por la mujer que amaba, su pensamiento se revolvía aturdido como el pájaro que penetra casualmente en una sala. Al fin la distracción llegó á ser tan manifiesta que la condesa se le quedó mirando un rato y le preguntó con inquietud: ¿Qué tienes? ¿Yo?... Nada. Sí tal... Algo te pasa... ¿Por qué estás triste? No estoy triste. ¡Oh!
Estaba resuelto a hacerle comprender que no era ningún chicuelo o mentecato de quien se pudiera burlar impunemente. Después de todo, salvando su hermosura, que seguía reconociendo, lo que en ella amaba y admiraba más era el espíritu candoroso y sincero que pensaba poseía.
Pero abandonándole cuando él volvía en su busca, habría sido doblemente culpable. Y seguir con él era cosa que no podía hacer, pues ya no le amaba; su amor era para usted.
Aborrecía lo que D. Félix amaba, esto es, el campo, el trato de los paisanos, los placeres y los alimentos rústicos; amaba lo que él aborrecía; á saber, la vida de ciudad, el boato, la etiqueta. Por esta razón y por lo endeble y vacilante de su salud pasaba sólo cortas temporadas en Entralgo.
Los celos lo dominaban todo en su ánimo con fuerza incontrastable: pensaba que su astucia y el tiempo pondrían en claro cuanto se refería al cúmulo de infamias atribuidas a su amante; pero quería saber pronto, inmediatamente, si era verdad que Pepe amaba a otra mujer: lo demás tenía a sus ojos menor importancia.
El porvenir me había hecho olvidar el pasado: no obstante, Carlos nada me había dicho, nada me había confesado; pero parecíame que entre nosotros existía un secreto, un misterio... ¿Qué podía pedirle? ¡El me amaba! ¿Qué me importaba lo demás? »Como en el tiempo de nuestra niñez, pasábamos el tiempo agradablemente entretenidos y dábamos largos paseos.
Entonces presumía que ella era su bien, que la amaba y que no podía vivir sin ella. En la mente y en el corazón humanos hay un mar tempestuoso de ideas y de sentimientos que se combaten. Así eran el corazón y la mente de Morsamor.
Ya tenían canas las cabezas de uno y otro, y D. Baldomero decía a todo el que quisiera oírle que amaba a su mujer como el primer día. Juntos siempre en el paseo, juntos en el teatro, pues a ninguno de los dos le gusta la función si el otro no la ve también.
Pero a solas se decía Anita: «¿No es una temeridad casarse sin amor? ¿No decían que su vocación religiosa era falsa, que ella no servía para esposa de Jesús porque no le amaba bastante? Pues si tampoco amaba a don Víctor, tampoco debía casarse con él».
Amaba la tranquila libertad del campo y pasaba los días bajo un emparrado adornado con guirnaldas de madreselvas, cultivando la amistad de los jilgueros que venían á cantar para ella, revoloteaban al alcance de su mano y comían miguitas de su merienda.
Palabra del Dia
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