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Y como ni la casada ni la soltera, ni con sonrisas, ni con miradas, ni recibiendo de dulce modo indescriptible, aunque inequívoco, las miradas y las sonrisas de él, habían dado motivo a que él considerase que la una o la otra, o ambas, estaban ya, predispuestas a recibir la carta, creía una absurda temeridad escribirles: lo miraba como un acto de delirio estudiantil, como un arrebato de hortera o de mozo de café, que en un Conde tan discreto, atildado y hábil como él; que en un hombre de mundo, conocido en todos los salones de Europa, casi no tenía perdón ni disculpa.

Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y así, el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad esorbitante, porque bien lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde; que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que al avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía; y, en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen "el tal caballero es temerario y atrevido" que no "el tal caballero es tímido y cobarde".

Introduzianse personas ciudadanas: esto es, comunes: no Reyes ni Principes, con quien se evitan las burlas por el decoro que se les deve. Graceja el lacayo con el señor, teniendo por donaire la desverguenza. Pierdese el respeto á la honestidad, y rompen las leyes de buenas costumbres el mal exemplo, la temeridad, la descortesía.

-No huye el que se retira -respondió don Quijote-, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo.

Una nación, aislada como lo está España, con menos de la cuarta parte de habitantes que tienen los Estados Unidos y con muchísimos menos recursos pecuniarios para comprar ó fabricar los costosísimos medios de destrucción que hoy se emplean, incurriría en un heroico delirio y cometería un acto de inaudita temeridad en provocar á dichos Estados, pidiéndoles, con sobrada energía, satisfacción de una injuria, que, en mi sentir, se puede por ahora disimular sin desdoro.

Y, llegándose a don Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo: -Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza.

El que no lleva pajitas al nido rara vez moja la barba en cáliz, he oído decir con frecuencia al personaje más sentencioso de aquellos lugares. Presentadas así las cosas, parece una temeridad, un delirio, algo semejante al propósito que tuvo la serpiente de la fábula de morder la lima, el plan de D. Acisclo de derrotar a D. Paco y de suplantarle.

Con su permiso dijo al espada voy a la cuadra a ver cómo han tratao a la jaca... ¿Vienes, camará?... Verás cosa güena. Y Potaje, aceptando la invitación, salió con él de la cocina. Al quedar solos el torero y la dama, aquél mostró su mal humor. ¿Por qué había bajado? Era una temeridad mostrarse a un hombre como aquel; un bandido cuyo nombre era el espanto de las gentes.

He pasado á D. Juan Francisco Aguirre copia de las reflexiones y noticias de V. E., y he conferenciado particularmente sobre el fuerte reforzado de los Portugueses que se halla en el Chaco: de cuya existencia no se puede dudar sin temeridad, porque todos los indios lo aseguran como testigos de vista.

Ni el uno ni el otro articularon palabra clara al saludar a don Alejandro; y Dios sabe qué término hubiera tenido aquella escena a no desenlazarla don Claudio Fuertes de este modo: Aquí, caballeros, no hay otra novedad que un levísimo dolor de cabeza que ha cogido Nieves esta mañana en un largo paseo, a pie y al sol: una verdadera temeridad... cosas de chicas jóvenes, muy fiadas de su resistencia.