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Dios me libre de faltarle al respeto, pero le he visto sonreirse porque yo miraba por cuarta vez al trinchante un día que nos sirvieron caza soberbia. Y en cambio él me da lástima en la mesa, jugueteando con su cubilete de oro, en el que bebe cuando más un poco de vino aguado.

Las ninfas que al Amor seguían traían a las espaldas, en pargamino blanco y letras grandes, escritos sus nombres: poesía era el título de la primera, el de la segunda discreción, el de la tercera buen linaje, el de la cuarta valentía; del modo mesmo venían señaladas las que al Interés seguían: decía liberalidad el título de la primera, dádiva el de la segunda, tesoro el de la tercera y el de la cuarta posesión pacífica.

Con las manos convulsas, tomó de nuevo el periódico que había dejado caer, y leyó la gacetilla por segunda vez, por tercera, por cuarta... Cuanto más la leía, más penetraba en su cerebro, más se aferraba a su espíritu la funesta sospecha. Y sintió un frío extraño que le invadía todo el cuerpo menos la cabeza.

Su espíritu, apartado de las sencillas escenas domésticas y de cuanto allí se hizo y se dijo, vivía en región distinta, atento a cosas remotas y desconocidas absolutamente para los demás. «Vaya que estás en babia esta noche dijo Bringas algo enojado , al notar la tercera o cuarta de sus equivocaciones». Y ella no se atrevió a chistar.

Algunas noches, Maximiliano soñaba que tenía su tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también, figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no tan caído para adelante, imaginándose que se le arreglaba la nariz, que le brotaba el pelo y que se le ponía un empaque marcial como el del más pintado. ¡Qué suerte tan negra!

Como un clavel de la Italia manifestó gravemente Martinán, abriendo una boca de á cuarta para bostezar y haciendo la señal de la cruz sobre ella. ¿Y Clavel, cómo está? preguntó otro aludiendo á su esposa, que como ya sabemos todos conocían por este nombre qué el propio Martinán le había puesto. ¡Esa, como una rosa de Alejandría!

Á las primeras palabras dirigidas afectuosamente al aldeano, los que detrás de él formaban silenciosos, adelantaron un paso, y á la cuarta pregunta del de la corte, un círculo compacto de curiosos le envolvía, disputándose todos la ocasión de oir la voz del señor forastero, y de seguir de cerca con la vista el movimiento de sus brazos y la dirección de su mirada.

Para impedir que, oyendo mal y no reconociendo su voz, hable yo con otro sujeto, hemos convenido en empezar por decirnos cuatro palabras mágicas: la primera y la tercera, yo: él, la segunda y la cuarta. ¡Y qué palabras tan raras! En este papelito me las escribió con lápiz. Van a dar las diez.

Oían tres misas y parte de una cuarta. Si era domingo confesaban, y después volvían á casa, quedándose generalmente doña Paulita en el locutorio á hablar de las llagas de San Francisco. Después hacían labor. Una vez al año visitaban á cierta condesa vieja que las conservaba alguna amistad á pesar de la desgracia. Llegada la noche, rezaban á trío por espacio de dos horas, y después se acostaban.

El río comenzó á bajar, la circulación iba restableciéndose rápidamente, el sol devolvió su regocijo habitual á las calles inundadas... Y por cuarta ó quinta vez, los periódicos anunciaron el estreno de «Chantecler». Este se celebró, al fin, en la noche del 7 de Enero de 1910, y ante la misma batería que hace trece años alumbró los últimos momentos magníficos de «Cyrano de Bergerac».