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Poco á poco fueron llegando varias familias atraidas por la fama de las alhajas del joyero: se saludaban deseándose las buenas pascuas, hablaban de misas, santos, malas cosechas, pero con todo iban á gastar sus economías en piedras y baratijas que vienen de Europa. Se sabía que el joyero era amigo del Cpn. General y no estaba de más estar en buenas relaciones con él por lo que pueda suceder. Cpn.

Que el misal fuese una novela y el copón una huevera, no era motivo de escándalo, porque la inocencia lo santificaba todo con su carácter altamente divino. Riquín hacía al principio de sacristán; pero empezó a mostrar tales disposiciones, que pronto dijo también sus misas y echaba graciosos sermones.

Casi no se celebraba ninguna festividad religiosa de importancia sin solemnes oraciones, misas, salmos y villancicos para hacer más impresión.

Pero en ocasiones, atacado de cierto espíritu sarcástico y jocoso, pretendía burlarse repitiendo del modo más desdichado las bromas de Moreno. Hola, Sr. Llot, ¿cuántas misas ha oído usted hoy? ¿Ha estado usted en las Góngoras esta tarde? Godofredo no se daba por ofendido; sonreía dulcemente, acostumbrado a aquellos martirios que a causa de su piedad le infligían los amigos.

El General, que entendido nuestro infortunio, andaba muy triste con los suyos; y persuadiéndose que todos habiamos perecido, mandó decir algunas misas por nuestras almas. Lleváronnos á Buenos Aires, y el General procesó al capitan y piloto, y queria ahorcarle: pero, por grandes intercesiones, fué solo condenado por cuatro años á un bergantin.

Yo, que calculaba en qué vendrian á parar aquellas misas, no podia menos de reirme en mi interior.

Llegó el verano. Solemnizóse el primer aniversario de la muerte de Doña Blanca con llanto y con misas y otras devociones. El escrúpulo de faltar á la promesa de ser monja se borró al fin de la mente de Clarita. Su madre, al morir, la había absuelto de la promesa. El amor inspirado y sentido la excitaba á no cumplirla.

He sido vicario, trabajando del alba a la noche por seis reales al día: peseta y media, don Fernando. Y todavía el barbero del pueblo y otras malas lenguas murmuraban de la vida regalona que llevamos los de la Iglesia... Cuando vivía en Madrid, cerca del diputado del distrito, solicitando un puesto mejor, he andado hecho un azacán de sacristía en sacristía pidiendo misas como el que pide limosna.

Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugiándose, al verse perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas pecadoras. La incultura era atroz.

Salieron, y Plácido se fue con ellas a la iglesia, pues aunque ya había estado en ella, érale muy grato acompañar a las señoras a misa. Oyeron dos, y antes de salir, sentadas en un banco, la Delfina dijo a su amiga: «¿Sabe usted que no he podido oír las misas con devoción, acordándome de esa mujer? No la puedo apartar de mi pensamiento. Y lo peor es que lo que hizo ayer me parece muy bien hecho.