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Bonifacio se separó del grupo, y por el templo adelante se dirigió a la sacristía, en pos del sacerdote y sus acólitos. También aquello era solemne. Iba a dictar la inscripción del libro bautismal, a sentar la base del estado civil de su hijo. Mientras Minghetti, por divertirse, continuaba haciendo prodigios en el órgano, iba pensando Bonis por medio del templo: «¡Quién sabe!

Sor Antonia entraba, imponía silencio y les daba prisa. Oíase el esquilón de la capilla. El sacristán se había asomado varias veces por la reja de la sacristía que da al vestíbulo diciendo sucesivamente: «Todavía no ha venido don León...» «ya está ahí D. León...» «ya se está vistiendo». Oíanse en la parte alta los pasos de toda la comunidad que iba hacia el templo a oír la primera misa.

No hay nada que plazca tanto a la naturaleza humana como despreciar. Empezaron a saludarle fríamente, luego a volver la cabeza, después a no contestarle. Cuando entraba en la sacristía, si había allí otros sacerdotes, notaba que se apartaban de él y formaban grupo aparte.

Sor Marcela intentó bajar valerosa, pero a los tres peldaños cogió miedo y viró para arriba. Su cara filipina se había puesto de color de mostaza inglesa. «¡Verás si bajo, infame diabloera su muletilla; pero ello es que no bajaba. Por una reja de la sacristía que da al patio, asomó la cara del sacristán, y poco después la de D. León Pintado.

He sido vicario, trabajando del alba a la noche por seis reales al día: peseta y media, don Fernando. Y todavía el barbero del pueblo y otras malas lenguas murmuraban de la vida regalona que llevamos los de la Iglesia... Cuando vivía en Madrid, cerca del diputado del distrito, solicitando un puesto mejor, he andado hecho un azacán de sacristía en sacristía pidiendo misas como el que pide limosna.

A la puerta de la sacristía tropezó nuestro joven con Celesto, de rodillas, con las manos plegadas, los ojos en blanco, en éxtasis completo; tan arrobado que no le vio. Conservaba todavía en la mejilla izquierda señales de una reyerta que había tenido en la taberna la tarde anterior.

La iglesia ocupa en él un grande espacio: presenta dos abaides, uno á oriente y otro á poniente, perfectamente semicirculares; dos exedras, dos coros, gran número de altares aislados en las naves principal y colaterales; ambones como en las primitivas basílicas para leer la Epístola y el Evangelio; la pila bautismal en la nave mayor, junio al coro de occidente; sacristía á la derecha del coro de oriente; sala para los escribas á la izquierda del mismo coro, con biblioteca en la parte superior; narthex á la entrada destinada al pueblo; vestíbulo para los familiares del convento; otro vestíbulo para los huéspedes y estudiantes; y por último varios departamentos pegados al muro del norte de la iglesia para los maestros de las escuelas, y para asilo de los refugiados en ellas.

Añadese que el Rey, arrepentido o satisfecho de sus amores regaló a las monjas de San Plácido un reloj que tocaba a muerto cada cuarto de hora, y que el mismo soberano o el protonotario Villanueva encargaron a Velázquez el Crucifijo que las monjas pusieron en la sacristía.

Recorriendo mi vista todos los detalles de la escultura, con gran insistencia se fijaron en un objeto que estaba á sus piés y que poco á poco vine á convencerme era un bastón. Concluída la misa, me dirigí á la sacristía y supliqué al sacerdote me permitiera examinar aquel.

Entonces llegué a esta conclusión: «No es el espíritu lo que vale, es la cola». Y me sentía tan atormentado como si tuviera tres campanas echadas a vuelo en mi cabeza cuando pasamos a la sacristía, y se comenzó a firmar. ¿Pero para qué sirven tantas palabras? Vosotros no podéis imaginaros lo que pasa en el espíritu de un hombre inteligente.