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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Todo viandante se consideró obligado á rezar una oración por la difunta y á dejar una limosna encima de su sepulcro. Uno de los solitarios del Despoblado se instituyó á sí mismo administrador póstumo de la difunta, y cada seis meses ó cada año hacía el viaje hasta la tumba para incautarse de las limosnas, dedicándolas al pago de misas. Este asunto era llevado con una probidad supersticiosa.
Oían tres misas y parte de una cuarta. Si era domingo confesaban, y después volvían á casa, quedándose generalmente doña Paulita en el locutorio á hablar de las llagas de San Francisco. Después hacían labor. Una vez al año visitaban á cierta condesa vieja que las conservaba alguna amistad á pesar de la desgracia. Llegada la noche, rezaban á trío por espacio de dos horas, y después se acostaban.
Cuando ya clareaba el día, sintió ruido en la casa; mas al punto comprendió lo que era. «Ya está en pie la rata eclesiástica. Ahora se va a oír siete misas lo menos... y a tratar de tú a la Santísima Trinidad. ¡Pobrecilla, qué sacará de eso!... Pero en fin, saque o no saque, es una felicidad ser así...». iv
Los estudiantes y el cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el coche; y no bien comenzó a caminar cuando unos y otros nos comenzaron a dar vaya, declarando la burla. El ventero decía: -Señor nuevo, a pocas estrenas como ésta, envejecerá. El cura decía: -Sacerdote soy; allá se lo diré de misas.
A los religiosos de San Francisco los obligan regularmente los provinciales a que en el trienio apliquen por su intención 100 misas los curas y 150 los compañeros, fuera de las que tienen obligación de aplicar por los religiosos difuntos.
Primero se le ocurrió encargar muchas misas al cura de San Ginés, y no pareciéndole esto bastante, discurrió mandar poner de Manifiesto la Divina Majestad todo el tiempo que el niño estuviese en París. Ya dentro de la Iglesia, pensó que lo del Manifiesto era un lujo desmedido y por lo mismo quizá irreverente. No, guardaría el recurso gordo para los casos graves de enfermedad o peligro de muerte.
Pero, en fin, con algunos pecadillos pudo irse al otro mundo cuando murió dos años ha. Tal vez aún esté por ellos en el Purgatorio. No sobran, pues, las misas que se digan por su alma. Pensando de este modo, hace ocho días justos entré en la sacristía a encomendar al Padre González veinte misas, pagándolas yo de mis ahorrillos. ¿Y a quién pensarán ustedes que me encontré allí?
El infante D. Enrique de Aragon, que era uno de los que acaudillaban al partido opuesto al condestable D. Alvaro de Luna, pretendia conciliarse la benevolencia del pueblo cordobés asistiendo con mucha frecuencia en la catedral á los divinos oficios y ofreciendo preciosos dones en misas nuevas y otras fiestas principales.
Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios.
Hay quien asegura que tomó parte en las primeras facciones con Misas y el Trapense, y es indudable que al fin de los tres años constitucionales se presentó descaradamente con una partida en Moncayo, donde hizo estragos. Señores dijo con mucha solemnidad albricias: la Fontana es nuestra. ¿Qué hay? Cuente usted dijeron todos con gran interés. Que nos han dejado libre el campo.
Palabra del Dia
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