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Por grandes que fueron las precauciones tomadas para no hacer ruido de dinero al contar veinte duros en plata, algún leve tin tin hubo de vibrar en la habitación y extenderse por la casa en ondas tenues hasta llegar al sutil oído de Bringas.

La viuda de García Grande cautivaba a Rosalía con su prestigio de figura histórica. Respetábala esta como a los dioses de una religión muerta; mas a Milagros la tenía en el predicamento de los dogmas vivos y de los dioses en ejercicio. Nadie en el mundo, ni aun Bringas, tenía sobre la Pipaón ascendiente tan grande como Milagros.

No tenía más familia que una sobrinita llamada Irene, de unos nueve o diez años, huérfana de un hermano de García Grande que había sido caballerizo de S. M. Esta era la inseparable amiguita de la niña de Bringas, y por las tardes se las veía, muñeca en mano y merienda en boca, jugando en la terraza o en las partes más claras de aquellas luengas calles cubiertas.

Hubo un rato de pánico en la casa; mas no fue de larga duración, porque los Bringas, saliendo al pasillo, vieron que por allí discurrían algunos vecinos de la ciudad, tan sosegados como si nada pasara. «¿Pero qué hay?». Nada: unos cuantos chiquillos que están alborotando en el portal; pero no hay cuidado. Del Ayuntamiento han mandado una guardia.

No debió ella de mostrarse muy arisca, porque el otro expresó su deseo de que se vieran más a menudo... Cuando el pobrecito Bringas se curase, ¿por qué no habían de verse con frecuencia y de modo que pudieran hablar con alguna libertad...? Aún había mucho que decir; pero no era posible prolongar el paseíto.

La repetición de la súplica, hasta llegar a la pesadez, no quebrantaba aquella roca. «Diez días nada más» decía ella con el pagaré atravesado en la garganta. Ni diez minutos, señora; no puede... ser. Mucho... lo siento; pero si el día 2... Por Dios, hombre, por su madre... Me veré obligado a presentar... el pagaré al señor de Bringas, que tiene dinero... me consta...

Cómo se las compondría para este fin es cosa que no cae dentro de este relato. Las nuevas trazas de esta señora no están aún en nuestro tintero. Lo que puede asegurarse, por referencias bien comprobadas, es que en lo sucesivo supo la de Bringas triunfar fácilmente y con cierto donaire de las situaciones penosas que le creaban sus irregularidades.

D. Francisco es de los que piensan que el dinero debe criar telarañas. En esto su apreciable marido de usted es como los lugareños ricos. ¿Por qué no le propone usted una cosa? Que me preste lo que necesito... se entiende, con el interés debido, y mediante una obligación formal. ¡Yo no quiero...! Dudo yo que Bringas...

En las tintas muy finas, Bringas había extremado y sutilizado su arte hasta llegar a lo microscópico. Era un innovador. Ningún capilífice había discurrido hasta entonces hacer puntos de pelo, picando este con tijeras hasta obtener cuerpecillos que parecían moléculas, y pegar luego estos puntos uno cerca de otro, jamás unidos, de modo que imitasen el punteado de la talla dulce.

Iba a misa, como lo demostraba el devocionario con tapas de nácar que llevara en la mano... Su marido no debía extrañar que tardase algo, pues iba a ver a la de Cucúrbitas que estaba en peligro de muerte. « que le daban hoy los Sacramentos» dijo Bringas con verdadera pena.