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Actualizado: 16 de junio de 2025
Otras veces veíala nacer por partes, asomando ahora un miembro, luego otro, hasta que toda entera aparecía en el reino de la luz. Bringas las acariciaba, prestándoles aquella atención de hombre práctico que no excluía en él las desazones espasmódicas de la creación genial. Contando mentalmente, decía: «Goma laca: dos reales y medio.
Un favor, sí añadió la Bringas, a quien aquella curiosidad desconcertó un poco . Es decir, si puedes, que si no, no hay que hablar. Usted dirá... Pues... es decir, si puedes prosiguió la dama, tragándose la hiel que tanto le estorbaba . Yo necesito una cantidad.
¡Por el mismo! gritó, sin esperar que le preguntasen nada, don Pancho. Por don Buenaventura agregó don Narciso Bringas. Ramón también vota por él, doctor Trevexo dijo mi tía; apunte, doctor, el voto de Ramón; y si ustedes me permiten votar a mí, yo... Vote usted, señora, vote usted mil veces; la más poderosa válvula política de nuestro partido es la mujer.
Ya no le cortaría la respiración el miedo de que apareciese el funesto cobrador de la tienda cuando Bringas estaba en la casa. Recobró el apetito que había perdido, y sus nervios se tranquilizaron. Es que, la verdad, hallábase por aquellos días bajo la acción de un trastorno espasmódico que simulaba una desazón grave, y le costó trabajo impedir que su marido llamara al médico de Familia.
Por fin, la habitación se alumbraba sólo con el resplandor que el sol había dejado en el cielo detrás de la Casa de Campo, y aquel era tan fuerte como el llamear de un incendio. Rosalía quiso encender luz, pero Bringas saltó vivamente con la observación de que la luz no hacía falta para nada... «Eso es, lamparita para que nos asemos de calor... Dispense usted, Sr.
Las más pequeñas corrían, enseñando hasta media pierna, y no es aventurado decir que Isabelita Bringas y la sobrina de doña Cándida eran las que más alborotaban.
En la última de Julio anunció el oculista a su cliente que se marchaba a principios de Agosto a dar una vuelta por Alemania. «Pero ya no necesita usted que yo lo vea. Le doy de alta, y por lo que pueda ocurrir, uno de mis ayudantes pasará por aquí tres o cuatro veces mientras yo esté fuera». Bringas oyó con júbilo esta despedida del concienzudo médico, indicio cierto de que el mal estaba vencido.
Ciertas cosas...». Bringas no sabía qué decirle. Despidiose ella con un fuerte apretón de manos, y un afectuoso Hasta mañana. En la sala y en el pasillo las dos amigas se secretearon un ratito. «He preparado el terreno dijo Milagros con agonía . Ahora aventúrese usted... sin miedo. De seguro...». ¡Ay!, hija mía, usted delira, usted sueña despierta. Sí sabré yo...
El respeto me impedía desplegar los labios. Llegamos por fin a las habitaciones de Bringas. Comprendimos que habíamos pasado por ella sin conocerla, por estar borrado el número. Era una hermosa y amplia vivienda, de pocos pero tan grandes aposentos, que la capacidad suplía al número de ellos.
¡Jesús!, ¡canas!... Me río tontamente del apuro de usted por una cosa que tenemos tan de sobra... Vea usted mi cosecha, Sr. D. Francisco. Tomó Bringas el blanco mechón, y juntándolo a los demás, oprimiolo todo contra su pecho con espasmo de artista. Tenía, ¡oh dicha!, oro de dos tonos, nítida y reluciente plata, ébano y aquel castaño sienoso y romántico que había de ser la nota dominante.
Palabra del Dia
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