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Actualizado: 16 de junio de 2025
Si la de Bringas se comprometía a devolverla los mil y setecientos reales en el plazo de treinta días, ningún inconveniente había en facilitárselos. Al contrario, él tenía muchísimo gusto... ¡Un mes!, ¡qué dicha!
Como todo ciego incipiente, Bringas afectaba no necesitar de extraña ayuda para desnudarse, y conociendo la tribulación de su mujer, tenía el heroísmo de reanimarla con expresiones cariñosas, como si él fuera el sano y ella la enferma. «Probablemente esto pasará... Pero es cargante. Ni en broma me gusta esto de no ver.
Por lo que la Bringas dijo, fuera en estos términos o en otros que no recuerdo, vine a comprender que la imaginación de la insigne señora se dejaba ilusionar por lo desconocido.
Se repetían los comentarios que habíamos oído en lo de Bringas; la muerte del Conde romano producía entre las visitas extensas lamentaciones y tremendas protestas contra los cobardes enemigos. Mi tía contó cómo había conseguido comprar uno de los primeros boletines.
Pez era el encargado de llevar a la señora de Bringas al domicilio conyugal a las doce o la una de la noche, y por el camino, que desde el primer trozo de la calle de Atocha a Palacio no es muy largo, rara vez dejaba D. Manuel de entonar la jeremiada de sus disturbios domésticos. Cada noche relataba episodios más lastimosos, y conseguía mover borrascas de compasión en el pecho de Rosalía.
Quedose yerta al recibirla, y miraba con alelados ojos el papel sin acertar a salir del paso con una respuesta u observación cualquiera, porque pensar que saldría con dinero era pensar lo imposible... Nunca se había visto en trance igual, porque Bringas tenía por sistema no comprar nada sin el dinero por delante.
A ella le gustaba muy poco el campo y lo único que se lo habría hecho tolerable era la caza; pero Bringas se asustaba de los tiros, y habiéndole llevado en cierta ocasión el alcalde a una campaña venatoria, por poco mata al propio alcalde.
Muchos empezaban a hacer sus cábalas para quedarse. Otros, como Bringas, querían manifestar a la revolución su desprecio, desalojando en seguida la vivienda que no les pertenecía.
Mientras estuvieron solos, Bringas y su mujer apenas hablaron. Ella no cesaba de mirarle, con la esperanza de que, cuando menos se pensase, recobraran aquellos ojos atónitos el don preciosísimo para que fueron criados; él empezaba a ejercitar el sentido peculiar de los ciegos, el tacto, y la veía con las manos, ya estrechando las de ella, ya palpándola cariñosa y detenidamente.
Alfonsín fue al colegio, y Paquito, a quien la enfermedad de su papá tenía muy melancólico, no salió de la casa ni quiso probar bocado en el almuerzo. Cándida fue la única persona que allí mostró un regular apetito. «Es preciso alimentarse, aunque sea haciendo un esfuerzo decía a la de Bringas . No se deje usted ir así.
Palabra del Dia
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