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Actualizado: 16 de junio de 2025


Al pensar esto, una bocanada de humo balsámico salía del corazón de la dama, llenaba todo su tórax y se le subía hasta la nariz, dándole un picor muy vivo y ahuecándosela considerablemente. Por fin el cerebro de Bringas, tras un laboriosísimo parto, dio a luz esta idea: ¿Se habrán casado?...

Los de Bringas veían, y era locura pensar en sustraer otra vez cantidad alguna del tesoro doméstico.

Apenas se dio cuenta de que confundía unas palabras con otras y de que se embarullaba un poco al hablar de la completa mejoría de Bringas. ¡Y qué bueno estaba Pez! Parecía que se había quitado diez años más de encima, y que se hallaba en la plenitud de los tiempos pisciformes.

«Vaya una doncella que me he echado... dijo la de Sánchez, riendo . ¡Tanto honor...!». Y luego cuando parecía dispuesta a salir, se puso a cantar y a dar vueltas por el gabinete. Rosalía vio con terror que se sentaba en un sillón con mucha calma. «¡Pero mujer!...» exclamó la Bringas sulfurada... Había en su cerebro un rebullicio como el de los relojes de pared momentos antes de dar la hora.

, hija, no te molestes replicó la de Bringas afirmándose en la necesidad de ser amable . Con este calor... Mientras esto decía, observó la pieza en que estaba. Nunca había visto desbarajuste semejante ni tan estrafalaria mezcla de cosas buenas y malas.

En fin, D. Manuel había tomado en aborrecimiento su domicilio, y estaba en él lo menos posible. La tranquilidad no existía para él más que en la oficina, donde no hacía más que fumar y recibir a los amigos, y en casa de alguno de estos, como Bringas, por ejemplo. ¡Oh!, ¡cuánto envidiaba la paz del hogar de D. Francisco y aquella dulce armonía entre los caracteres de uno y otro cónyuge!

Lo que esta decía era ya cuerpo jurídico para toda cuestión que ocurriera después, y como no sólo legislaba sino que autorizaba su doctrina con el buen ejemplo, vistiéndose de una manera intachable, la de Bringas, que en esta época de nuestra historia se había apasionado grandemente por los vestidos, elevó a Milagros en su alma un verdadero altar.

Confesar a su marido el aprieto en que se veía era declarar una serie de atentados clandestinos contra la economía doméstica, que era la segunda religión de Bringas. Pero si Dios no le deparaba una solución, érale forzoso apechugar con aquel doloroso remedio de confesarse y con sus consecuencias, que debían de ser muy malas.

¿Pero te haces cargo de la hora que es? dijo la de Bringas, recobrando la esperanza. Si vive muy cerca de aquí, en la calle de la Sal... ¿Pero te estás con esa calma? Quia... Tendré tiempo de peinarme. ¡Celestina! Mujer... no tienes tiempo. Refugio se levantó. Rosalía, dando algunos pasos hacia ella, cogió el vestido y lo ahuecó, haciendo ademán de ponérselo...

Como Bringas reprobaba que su mujer variase de vestidos y gastase en galas y adornos, ella afectaba despreciar las novedades; pero a cencerros tapados estaba siempre haciendo reformas, combinando trapos e interpretando más o menos libremente lo que traían los figurines.

Palabra del Dia

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