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El humilde empleado que pasó la vida a salto de mata, de oficina en oficina, de centro en centro, sin apoyo ni valimiento, había logrado adquirir tales hábitos de orden y economía, que iba a serle posible dar carrera a este hijo, y dársela a su gusto, no como se la dieron al otro.

Y no se sufragaban sus gastos de coche y palco, porque lo proporcionaban sus amigos, hijos de millonarios todos, y por ende, riquísimos. ¡Válgame Dios! pensar que Quilito fuera a apolillarse en una oficina, se embruteciera en una estancia o se degradara en el comercio... ¡Un Vargas!

Sobre el techo, un pequeño paseo, la última toldilla del buque; en la parte delantera, el puente, algo así como el Ministerio del Interior, donde se vigila día y noche por el mantenimiento del orden; cerca de él, la oficina telegráfica, o sea el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Pensó un instante en el señor Manolo, e intentó buscarle en su oficina. Podían vivir en su casa; seguramente que el Federal los recogería al verles en medio de la calle: era un hombre bueno. Pero Maltrana retrocedió ante la idea de vivir de limosna, privado de aquella autonomía de la que hablaba a todas horas el señor Manolo.

Mientras ella gemía por la estrechez de la casa, por la orientación defectuosa de las habitaciones, todas al Norte, y la fealdad de los papeles chillones, Julieta estaba en su oficina oyendo en silencio las explicaciones de la empleada saliente, la señorita Beaudoin, solterona impenitente que se había puesto amablemente a su disposición, pero que no limitaba desgraciadamente sus buenos oficios a lo referente a los «Correos y Telégrafos» y añadía un curso variado de economía doméstica, de conveniencias mundanas y de moral de las familias, mas un compendio histórico y biográfico de Candore y sus habitantes, sin olvidar la presentación obligatoria de todos los que asomaban la nariz por la ventanilla, y Dios sabe qué desfile era aquél...

Parece, segun llegamos á entender, que en teoría, y para arrancar la aprobacion de esa nueva oficina, se han figurado grandes ingresos nuevos que se darán á la renta, contando para ello como principal arbitrio, el que toda correspondencia, de cualquier clase que llegue á Filipinas, se conduzca al correo y devengue portes, proceda de donde quiera, contando con que los buques estranjeros entregarán las cartas luego, luego; y en esto principalmente es donde se halla el perjuicio de aquel comercio y vecindario, como se va á demostrar.

Don Amaranto llega invariablemente a la oficina a las ocho de la mañana; se calza sus manguitos, se toca con un bonetillo la calva de santo, ancha y reluciente, y silencioso, con una tristeza mansa y resignada, trabaja hasta las dos, en que el ujier trae el parte de salida. En ese momento, D. Amaranto se torna a su casa. ¡Es la hora de comer!

Esa noche soñó con una porción de cosas bellas, y todas ellas tenían algo que ver con la hija del cliente de la melena. Llegó, por fin el día y con él la hora de oficina. Se hallaba en su escritorio, y sin embargo le parecía que no era cierto; le faltaba el aplomo; el corazón le latía. Paró un carruaje de repente: se puso de pie como movido por un resorte. ¡Ahí estaban, ella y él!

El palacio de Catalina Cornaro es hoy oficina del Monte de Piedad ... es un gallardo y majestuoso edificio, que, como todos los del Gran Canal, costó millones; fué animadísimo teatro de bailes, reuniones y aventuras; hoy ... recuerdo triste de un pueblo que fué nacion, y al presente provincia de Austria.

Mañana tengo intención de ir a la oficina del señor Leighton, y hacerme cargo de mis obligaciones como secretario de la hija del difunto millonario Burton Blair y acentuando las últimas palabras, se rió de nuevo en nuestras caras desafiadoramente. No era un caballero. En el momento en que entró en la pieza lo conocí.