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Todo parecía terminado, los asistentes estaban ya de pie, rodeando a nuestros abogados para saber el nombre de los compradores. Pero M. Brazier, el juez encargado de la venta, reclama de nuevo silencio, y el ujier pone en venta los cuatro lotes reunidos por dos millones ciento cincuenta o sesenta mil francos, no recuerdo bien. Un murmullo irónico circuló por el auditorio.

Pero había perdido en el tanteo la poca serenidad que le quedaba. Entonces se tragó el segundo vaso de agua; y al ver desocupados los dos, el ujier puso a su lado otra bandeja con otros tres. Hizo un esfuerzo supremo, y se tiró de pechos al asunto, como pudiera haberse tirado desde un balcón a la calle, si junto a le hubiera tenido abierto. ¡Así salió ello!

Está recogida al lecho, señor contestó la de Lemos . Además, permítame vuestra majestad que le un mensaje importante. Pero pasad, pasad, doña Catalina dijo el rey ; vos sois algo más que un ujier. Gracias, señor dijo la de Lemos entrando, deteniéndose á una respetuosa distancia y haciendo una reverencia á los reyes. ¿Y qué mensaje... tan importante es ese? dijo el rey.

La buena mujer, muy conmovida, se aleja sin poder responder. El gran salón se halla casi desierto. El señor Aubry va a levantar la sesión, cuando el ujier llama con voz sonora: ¡Juan Durand! Estas dos palabras, que hace tanto tiempo resonaron en el vasto salón de la alcaldía de la plaza de San Sulpicio, ¿por qué prodigio, su sonoridad llena aún los oídos de Juan?

Parece extranjera. Será mujer de algún diplomático. Al salir del palacio la vio en la acera, disponiéndose a subir en una berlina. Un ujier del Congreso sostenía la portezuela con el respeto que inspira el coche oficial, el galón de oro brillante en el sombrero de los cocheros. Rafael se aproximaba, creyendo todavía a la vista de aquel carruaje en una asombrosa semejanza.

En el público se hablaba del incidente en alta voz, y el ujier, levantando amenazadoramente el dedo, trataba de restablecer el silencio para mantener incólume el prestigio del tribunal. Mas el regocijo era tan desbordante, que se hacía muy poco caso de aquella advertencia. ¡Silencio! exclamó el presidente . Ujier, si alguno habla alto, hágale usted salir.

consiguió en 1625 entrar definitivamente en la servidumbre de Palacio, ocupando una plaza de ujier de cámara de Su Majestad.

Tiró á un ujier á un lado, y á otro á otro, y entró también. Pero entre la inocente detención causada por Quevedo, la de los tudescos y la de los ujieres, había pasado mucho tiempo. El paje había desaparecido. Cuando el bufón entró, se precipitó á la mesa y se arrojó sobre ella. La reina dió un grito. El padre Aliaga, que almorzaba con la reina, se puso de pie.

Ejercía el cargo de ujier en Bizons cuando mi mujer se fijó en . Yo no había cometido ninguna locura en esta capital de distrito. Desengañado de cuanto se relaciona con los sentidos, habíame consagrado a la política, canalizando en esta dirección todas mis aspiraciones.

Al fin, el presidente hizo conocer la decisión tomada: En vista de las opiniones no cristianas de Karaulova, el tribunal le permite que haga su declaración sin prestar juramento. Los demás testigos se acercaron al altarcito, ante el cual esperaba el sacerdote. ¡Levantaos! proclamó en alta voz el ujier. Todo el mundo en la sala se levantó y volvió la cabeza hacia el altarcito.