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Como á las ocho de la noche se levantó un tapiz y entró una mujer envuelta en un manto. Tras ella entró un hombre pequeño y ancho, embozado en una capa. La mujer se desprendió el manto y le arrojó al hombre, que había echado abajo su embozo. Eran Dorotea y el bufón.

¡La reina! murmuró profundamente el padre Aliaga, lanzando una mirada recelosa á la cortina, tras la cual se ocultaba el bufón. ¡La reina! dijo con extrañeza el tío Manolillo, detrás de aquella cortina.

El padre Aliaga no contestó. El bufón le llevó por donde le había traído. Al llegar á la galería de los Infantes, le soltó. Desde aquí dijo sabéis salir del alcázar. Pero una palabra antes de que nos separemos: tened compasión de ella, tened compasión de vos mismo, tenedla, por Dios, de . El padre Aliaga se alejó en silencio y con la cabeza baja.

Entonces Quevedo vió frente á él una ventana, y por algunos agujeros de ésta el reflejo de una luz en el interior. Quevedo acercó su semblante y pegó sus antiparras á uno de aquellos agujeros, y el bufón á su lado, se puso asimismo en acecho. En aquel mismo punto dió el reloj del alcázar las tres de la mañana. Un hombre se paseaba en una habitación muy pequeña y harto humildemente alhajada.

¡Entrad! ¡entrad! exclamó ; entrad y pensemos en la venganza... hoy ha amanecido un día de muerte... ¡Tenéis sangre en las manos! exclamó Quevedo... ¡Es poca! exclamó el bufón ¡es poca! ¡venid! Y tiró de Quevedo, le llevó á lo último de su aposento, y le mostró una fuente de plata puesta sobre una mesa.

Descuide vuesa merced, señor Francisco dijo una voz franca y ligera , que aunque vengan muchos y buenos, vive Dios que no nos han de robar. A seguida el bufón oyó el ruido de una llave en la cerradura, y apagó la luz y se retiró precipitadamente al hueco de una puerta inmediata y se embebió en él cuanto pudo y escuchó con profunda atención.

Dejemos esta conversación, señora María, que estáis equivocada de medio á medio; mi sobrino no ha estado en mi casa... Pues si ha estado en palacio y no en vuestra casa... Ha estado en la casa del rey dijo una voz á la puerta. Volvióse todo hosco é incómodo el cocinero y vió al bufón del rey.

Mirad, mirad, y veréis algo que os asombrará. ¿Y cómo miro? ¿creéis acaso que yo tengo la virtud de ver á través de las paredes, como al través del vidrio de mis antiparras? Yo, para observar, he abierto dos agujeros pequeños. Helos aquí. ¡Ah! ¡famosa catalineta real! dijo Quevedo arrimando sus espejuelos á las dos pequeñas perforaciones que le había mostrado el bufón.

Como que la hermosa Luisa entra cuando quiere en las cocinas de su majestad, y nadie la impide de que levante coberteras y descubra cacerolas. No creí, no creí que llegase á tanto el malvado ingenio de don Rodrigo. Pero bueno es sospechar mal para prevenirse bien. Alégrome de haberos encontrado, amigo bufón, porque Dios nos descubre marañas que deshacer... y las desharemos ó podremos poco.

Voy á dároslos: montad á vuestra mujer en un macho y enviadla á Asturias; meted á vuestra hija en un convento, y luego idos de palacio. ¡No puedo! Pues entonces, adiós, porque no tengo más que deciros. Y el bufón salió de la taberna y se fué derecho á la puerta de enfrente, á la que llamó.