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Actualizado: 17 de junio de 2025


¿Pero sabéis quien le ha matado? ¡! ¿Lo sabéis? Permitidme que no lo diga; su nombre... Os lo diré yo, porque ninguna parte tengo en su muerte. ¿Qué decís? Que le ha matado el tío Manolillo, el bufón de... el rey. ¿Lo sabíais? Pero yo creía que le había matado por distinta causa. ¡Cómo! señora, ¿creéis que yo he mandado la muerte de ese hombre?

Y el bufón se levantó y abrió la ventana de su mechinal. ¿Qué hacéis, hermano? cerrad, que corre ese vientecillo que afeita. Obscuro como boca de lobo dijo el bufón. ¿Y qué nos da de eso? Y lloviendo. Pero explicáos. ¿Queréis ver al ratón en la ratonera junto al queso? ¡Diablo! dijo Quevedo . ¿Y para qué? Y después de un momento de meditación, añadió: Si quiero. Pues quitáos los zapatos.

Y no deja de haber en la novela algunas figuras como la de la madre de Lully, donde la nota cómica está tocada con delicadeza, o como Eduardo Hita, el parásito servicial y bufón, con cierta energía satírica, bien representado.

¿Pero qué es lo que ha de saber él? exclamó el tenaz bufón. Dorotea hizo un movimiento de colérica impaciencia. ¿Sois mi señor ó mi amigo? exclamó ¿pretenderéis que os diga lo que cuando no os he dicho ya, debíais comprender que no quiero, ó que no puedo deciros? Estás loca y es necesario perdonártelo todo, Dorotea.

A propósito de las piezas mayores de palacio, habéisme dicho que la primera es el rey. Os engañáis; pero como sois hombre de ingenio y de experiencia, quisiera saber el motivo de vuestro engaño. En esto debe de danzar la Dorotea... vuestra ahijada... ó vuestra hija, ó vuestra querida... Púsose pálido como un difunto el tío Manolillo. ¡Pobre Dorotea! exclamó el bufón.

El hombre que había pronunciado estas palabras, que había adelantado sombrío y letal y que había cerrado por dentro la puerta, era el bufón del rey. El sargento mayor retrocedió sorprendido. En su semblante apareció la expresión del espanto. Doña Ana miró con terror al bufón. Y el bufón adelantó pálido hacia el sargento mayor, que retrocedía.

Y al decir esto el bufón saltó, se aferró al sargento mayor y le dió una puñalada en el pecho. Don Juan de Guzmán dió un grito, vaciló y cayó. Luego el bufón vió que doña Ana corría á una puerta, y la asió de una mano. Doña Ana cayó de rodillas creyendo llegada su última hora.

Se le prenderá, se le hará pedazos para que declare. Eso es imposible. ¡Imposible! ; ¿no has reparado en que cuando me he referido al sargento mayor, he dicho: ¿era, no es? El sargento mayor ha muerto. ¡Muerto! A mis manos, á puñaladas. El bufón, que había crecido de una manera imponderable á los ojos del duque, aumentó otro tanto en tamaño. Se había convertido para Lerma en un gigante.

La condesa se destrenzó los cabellos, se abrió el justillo, llegó á la luz, la apagó, y luego oyó Quevedo como el crujir de un sillón al sentarse una persona. Quevedo cerró su linterna y dijo al bufón: Abrid y hasta otro día. Pero, hermano don Francisco, ¿os vais á encerrar sin escape en la cueva del león? La condesa de Lemos cuidará de darme salida. Dios quede con vos, hermano.

El duque se levantó maquinalmente y salió de la alcoba. Maquinalmente se encaminó á una mesa donde había recado de escribir y escribió. Luego cerró la carta y la entregó al bufón.

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