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El bufón continuó: Como doña Catalina es una dama muy discreta y tiene mucho ingenio, y es intrigante y enredadora y sagaz donde los hay, nada tiene de extraño que haya averiguado que Quevedo sólo ha venido á Madrid á buscar al hijo del duque de Osuna para llevárselo á Napóles.

El padre Aliaga temblaba de una manera poderosa y concentrada. Algunas veces continuó el bufón , cuando yo la preguntaba el nombre de sus padres, me decía: No, no; yo he deshonrado su nombre; yo no tengo padres; Luis, que me vió huir, se lo habrá dicho á mis padres y me habrán maldecido. ¿Y quién es Luis? le preguntaba yo. ¡Luis!

Vos tenéis el corazón hecho pedazos, yo también; vos amáis, yo también amo; pero amo con más heroísmo que vos, y lo sacrifico todo á mi amor... todo... hasta los celos. Venís muy donosamente loco, tío; yo creí que os habríais dejado á la puerta de mi celda vuestros cascabeles de bufón. En efecto, ni aun en los bolsillos los traigo.

El bufón se detuvo como devorando con cierto placer maligno la ansiedad del padre Aliaga. ¿De quién? dijo el fraile con impaciencia. De cierto mancebo á quien ha hecho capitán la reina con vuestro dinero. El padre Aliaga sintió el golpe en medio del corazón; se estremeció. ¿Y ama el señor Juan Montiño á Dorotea? Debe amarla, porque le ama ella: pero si no la ama, y la engaña, peor para él.

¡Y yo dijo el padre Aliaga, levantándose y extendiendo sus manos sobre el bufón, que al levantarse, al ver la acción del fraile, había quedado de rodillas : yo, ministro de Dios, te absuelvo de esa muerte en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu-Santo! ¡Amén! dijo con una profunda unción religiosa Felipe III.

Así es que si al principio se irritó con las confidencias del bufón, que suponía á Montiño un mozalbete lenguaraz y villano, como muchos de los que abundan en la corte, después, más serena, se dijo: Cuando una persona se refiere á otra debemos, antes de decidir, ver si hay en la persona que refiere algún interés en favor ó en contra de quien se ocupa.

¿Por qué me trata así ese miserable? se quedó murmurando doña Clara. Entre tanto decía el bufón saliendo de la sala: Dorotea ama al señor Juan Montiño; no tengo duda de ello; la conozco demasiado, le ama con la virginidad de su amor. ¡Qué dichosos son algunos hombres!

El rostro del bufón, mientras dijo la joven estas palabras, se había ido poniendo sucesivamente y con suma rapidez, pálido, verde, lívido.

No comprendo la razón de este recelo; pero puesto que no queréis ser visto, escondéos aquí, en mi alcoba. Escondióse el bufón, y el padre Aliaga pidió luz. Cuando se la hubieron traído y se quedó de nuevo solo, cerró la puerta. Entonces el bufón salió de la alcoba, y puso en la puerta, colgado de la llave, su capotillo. ¿A qué es eso? dijo el padre Aliaga.

Sabían el crimen y los asesinos, don Francisco de Quevedo, el bufón y Dios, que lo sabe todo. Doña Clara Soldevilla era feliz. Feliz de una manera suprema. Estaba consagrada enteramente al recuerdo de su felicidad. Apenas si había hecho, desde que había salido aquella mañana de su aposento su marido, más que pensar en él, sentada en un sillón junto al brasero.