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Vos tenéis el corazón hecho pedazos, yo también; vos amáis, yo también amo; pero amo con más heroísmo que vos, y lo sacrifico todo á mi amor... todo... hasta los celos. Venís muy donosamente loco, tío; yo creí que os habríais dejado á la puerta de mi celda vuestros cascabeles de bufón. En efecto, ni aun en los bolsillos los traigo.

Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la juerga sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna.

Así es que andan como ladrones, con paso silencioso y rápido; á veces, hasta envuelven con paja los cascabeles de las mulas para que el retintín del metal no irrite al genio maléfico que desde allá arriba les amenaza.

Creía que era su padre que venía a recogerla a bofetadas y a puntapiés como solía. Dime, hija mía... ¿has visto pasar dos coches? ¿Para dónde? contestó ella poniéndose en pie. Para arriba... uno con dos caballos y otro con cuatro con cascabeles... hace poco....

Cordiales apretones de manos, protestas de estima, señales de respeto, nada faltó, y el corazón de los que eran objeto de estas manifestaciones llegó a oprimirse vagamente. ¿Qué había pasado? ¿Por qué esas muestras de simpatía que parecían cumplimientos de pésame? ¿Quién se les había muerto? ¿Qué desgracia les castigaba? Un gran ruido de cascabeles, y un break se detiene en la puerta.

De pronto sonó ruido de cascabeles y trallazos, y ambas mujeres vieron venir por la carretera un coche de colleras tirado por cuatro mulas y envuelto en una nube de polvo. Pocos minutos después el coche se detenía, y el amante esperado se apeaba solo, ligero y ágil, saltando como un muchacho. Felisa, sin acertar a creer lo que veía, gritó a su compañero: ¡Es él! ¡Solo! ¡Sin vendas ni trapos!

Llenóse la casa de ruido, de tilinteo de cascabeles, de cadencia de uñas de perros sobre los pisos de madera, de voces sonoras y de órdenes para tener en punto al amanecer todos los arreos de caza.

El desconocido tiró repentinamente de las riendas y preguntó: ¿Por dónde entran ustedes? Ustedes saben el camino mejor que yo. Por la ventana posterior dijo Catalina con repentina y asombrosa franqueza. ¡Ya comprendo! contestó el extraño guía sin inmutarse. Y apeándose al momento, quitó de los caballos los sonoros cascabeles.

Adornan el cuello y las piernas con muchas sartas de ciertas bolillas que parecen á la vista esmeraldas y rubíes de que también usan para hacer sartas de cascabeles en los días más festivos.

Se oían los cascabeles de unas colleras y en la oscuridad venía hacia ellas un trineo con un solo conductor. Escondámonos, chicas: si es alguien que nos conozca, estamos perdidas. Afortunadamente, no lo era, y antes de que pudiesen poner por obra su pensamiento, una voz desconocida a sus oídos, pero bondadosa y de agradable timbre, preguntó si podía serles útil en alguna cosa.