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Actualizado: 3 de junio de 2025
Palmoteaban unos, retorciéndose de risa por lo inesperado del espectáculo; gritaban otros, entusiasmados por el vigor y la rapidez con que saltaban los objetos del buque al mar; corrieron los camareros para dar aviso de estos desmanes, y apareció el mayordomo lanzando gritos y poniéndose con los brazos en cruz entre la borda y los tiradores.
Al oir estas palabras, un grito de júbilo estalló en la reunión. Todos palmoteaban; todos chillaban dirigiéndose exclamaciones de asombro y de gozo. ¡Tiene gracia! ¡Venir á un duelo y salir un casorio!... Á mí me daba el corazón que los dos se querían... ¡Y á mí! ¡Y á mí! El señor Rafael, loco de alegría, gritaba: ¡Vivan los novios!
Tenía un comedor interior muy lóbrego donde se juntaban empleados de exiguas mesadas, con sus chaquets ribeteados de trencilla parda y los calzones en hilachas, ilustres mártires de la Administración, en la lamentable compañía de sus esposas y de sus criaturas la infancia fea por el tatuaje de la miseria , que palmoteaban gozosas ante los manteles vinosos y corcusidos, exclamando: ¡Qué gusto, hoy vamos a comer de fonda!
Justo es decir que los que en ciertas ocasiones se mostraban implacables, eran cuando se estrenaba una obra de algun autor de merecido crédito, los que con más placer le palmoteaban y con más entusiasmo pedian su nombre. Las ideas revolucionarias que los dominaban en política, los avasallaban tambien en literatura; y para ellos lo más exagerado era siempre lo mejor.
El capitán se colocó en fila con los demás y se puso á bailar con tal primor y tan concertadamente que pocos entre los jóvenes pudieran competir con él. Y en verdad que era espectáculo raro y gozoso á la vez el contemplar á aquel anciano moverse con tal agilidad y donaire. Ninguno más suelto y elegante. La precisión y cadencia de sus pasos eran tan perfectas que en esto, ya que no en el brío, sacaba ventaja á los demás. Los jóvenes palmoteaban. Á algunos viejos se les saltaban las lágrimas recordando sus tiempos de juventud. El tío Goro decía sentenciosamente dando chupetones á su pipa: ¡
Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la juerga sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna.
Las mestizas que no habían salido á bailar palmoteaban incesantemente, acompañando el runruneo de las guitarras. De vez en cuando una de ellas entonaba la copla de la cueca, y los hombres daban alaridos, arrojando sus sombreros. Un jinete desmontó frente al boliche, atando su caballo á un poste del sombraje.
El doctor Zurita y otros argentinos abandonaron la tranquilidad zumbona con que habían presenciado hasta entonces las «pavadas de los gringos», para hacer señas a Isidro, incitándole a que diese gusto a las familias. «¡Ah, gaucho valiente!... ¡A ver si hacía una de las suyas!» Hasta los niños palmoteaban con entusiasmo. «¡Don Isidro!... ¡Que salga don Isidro!» El héroe se levantó, saludando con ironía y orgullo al mismo tiempo.
Palabra del Dia
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