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El único que se resistía a dejar el local fue Díaz Quintero, que empezó a pegar gritos y a forcejear con los guardias civiles... Los diputados y el presidente abandonaron el salón por la puerta del reloj y aguardaron en la biblioteca a que les dejaran salir. Castelar se fue con dos amigos por la calle del Florín, y retirose a su casa, donde tuvo un fuerte ataque de bilis.

Y el padre se arrojó al agua, nadando vigorosamente, mientras el compañero amainaba la vela. Nadó y nadó, pero sus fuerzas casi le abandonaron al convencerse de que el objeto era un remo, un despojo de su barca. Cuando las olas le levantaban, sacaba el cuerpo fuera para ver más lejos. Agua por todas partes.

A este grito, las señoras mayores abandonaron las butacas de la sala, para apelotonarse en los balcones, teniendo a sus espaldas a los caballeros, que de vez en cuando se alzaban sobre las puntas de los pies para ver mejor.

El Rey se mantuvo inmóvil durante toda la representación, y sólo una vez habló con la Reina, aunque miraba en ocasiones á todas partes. Veíase junto á él un enano... Al acabarse la comedia se levantaron todas las damas, y una tras otra abandonaron sus asientos, juntándose en medio, como lo hacen los canónigos terminados los Oficios.

Tampoco los tiene Salvatierra, ¡y para que seáis más revolucionarios que él!... El nombre de Salvatierra pareció detener en lo alto las pesadas cuchillas. Dejad al muchacho dijo a espaldas de ellos la voz de Juanón. Yo le conozco y respondo de él. Es el amigo del compañero Fernando; es de la idea. Aquellos bárbaros abandonaron a Fermín Montenegro con cierta pena, viendo malogrado su placer.

Estos, acostumbrados á que las columnas españolas cuando la guerra de Independencia, para atravesar aquellos caminos tenían que ir protegidas por el fuego de la artillería, se creían inexpugnables en aquellas fortalezas naturales, y sostuvieron largo rato el fuego; pero pronto abandonaron sus posiciones, entregándose una vez más á su sport favorito: correr para ponerse á prudencial distancia de las balas del ejército.

Pagaban tres duros por él; pero transcurrido el primer mes, no pudieron satisfacer el segundo, y abandonaron la habitación, salvando casi milagrosamente sus escasos muebles. Más aún que los tormentos del hambre, temía Maltrana las inquietudes y desasosiegos que traía consigo el alquiler. Feli sólo se preocupaba de asegurar el techo.

El doctor Zurita y otros argentinos abandonaron la tranquilidad zumbona con que habían presenciado hasta entonces las «pavadas de los gringos», para hacer señas a Isidro, incitándole a que diese gusto a las familias. «¡Ah, gaucho valiente!... ¡A ver si hacía una de las suyasHasta los niños palmoteaban con entusiasmo. «¡Don Isidro!... ¡Que salga don IsidroEl héroe se levantó, saludando con ironía y orgullo al mismo tiempo.

Al frente de una tropa de más de cuarenta, entre los que se distinguían Tiburcio dando cuchilladas y Fray Juan de Santarén animando a los combatientes con oraciones fervorosas, Morsamor hizo atroz carnicería en los musulmanes y gentiles de Chaul, que pronto abandonaron el campo y huyeron despavoridos refugiándose en la ciudad.

Deplorando o aparentando deplorar la separación, ciento veinte abandonaron a Miguel de Zuheros. Con él sólo quedaron sesenta valientes de los más devotos a su persona. No hay que decir que el fiel Tiburcio quedó también con él. Después de esto, de noche y con misterioso recato, el anciano Narada vino a visitar a Morsamor.