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Actualizado: 4 de mayo de 2025
El padre marchaba satisfecho, con el garrote bajo el brazo, fingiéndose ajeno a este entusiasmo; pero cuando amainaba el griterío, corría a la cabeza del grupo, olvidando toda prudencia, con la rabia de un comerciante a quien no le dan el género que le corresponde por su dinero. El mismo daba la señal: «¡Viva el Manitas!» Y la ovación reanimábase con fuertes bramidos.
En ciertos recovecos de la costa amainaba la vela, quedando la barca sin otro movimiento que una lenta rotación en torno de la cuerda del ancla. Al mirar Ulises el espacio obscurecido por la sombra del casco, encontraba el fondo tan inmediato, que casi creía alcanzarlo con la punta de su remo. Las rocas eran como de vidrio.
Y el padre se arrojó al agua, nadando vigorosamente, mientras el compañero amainaba la vela. Nadó y nadó, pero sus fuerzas casi le abandonaron al convencerse de que el objeto era un remo, un despojo de su barca. Cuando las olas le levantaban, sacaba el cuerpo fuera para ver más lejos. Agua por todas partes.
Los que navegan hoy cómodamente por aquel estrecho, a bordo de un barco de vapor, no pueden ver la sublimidad de la escena ni pueden sentir el pasmo aterrador de los que por vez primera le cruzaron. No van, como Morsamor iba entonces, en frágil barco y a merced del viento, que se oponía a su marcha, si era contrario, o si amainaba, casi le dejaba inmóvil a pesar de las más hábiles maniobras.
Palabra del Dia
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