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Actualizado: 23 de mayo de 2025
En los balcones abríanse, como flores gigantescas, sombrillas de brillantes colores, agitábanse grandes abanicos con aleteo de pájaro, y abajo la muchedumbre removíase inquieta, chocando con las apretadas filas de sillas que orlaban el arroyo. Sonó un rugido a un extremo de la plaza, e inmediatamente fue contestado por un griterío general. ¡Ya están ahí...! ¡ya están ahí!
Hacía muchas noches que no descansábamos tan bien dijo Cornelio estirándose . Ya era hora de que los piratas nos concedieran algún reposo. ¿Se oye algo? preguntó el Capitán. Nada más que el griterío de las aves, tío. Parece que el combate acabó. Me alegraría de que hubiesen llevado los piratas la peor parte dijo Van-Horn . Así nos dejarían tranquilos para siempre. Pronto lo sabremos, viejo.
En una acera de la calle Larga, ante las mesas de los principales casinos, había besado a un amigo con exagerados transportes de pasión, entre el griterío de la gente que salía a las puertas. Su último amor era un mozo tratante en cerdos, un atleta chato y cejudo con el que vivía en el arrabal. Un secreto poder de este macho fuerte la enloquecía.
Mientras uno bogaba moviendo unos remos cortos como palas, otro, acurrucado en la popa por el frío de las continuas inmersiones, rugía a todo pulmón: «¡Caballero, eche dos marcos, y los alcanzo!». «¡Caballero, cinco marcos, y paso por debajo del buque!» «¡Caballero... caballero!» Era un griterío que emergía incesantemente a ras del agua; una continua apelación al «caballero» para que pusiese a prueba la agilidad natatoria de la pillería del puerto.
La joven saludábalas con dulce sonrisa, y todas ellas prorrumpían en formidable griterío. ¡Danos argo, señorita!... ¡
Hervía la horda en torno del boliche, que por sus aberturas barriqueadas lanzaba relámpagos de plomo. Los asaltantes, arrastrándose, intentaban poner fuego a sus puertas. En los momentos de descanso mataban las yeguas robadas en las inmediaciones y se bebían la sangre entre el griterío de una borrachera feroz.
Como era domingo y hacía una mañana hermosa, la Ribera de Curtidores estaba llena de gente: cada puesto de ropas usadas, trastos viejos, telas, clavos, armas, colillas y herramientas, tenía delante un grupo de gente que vociferaba y bullía, regateando con indescriptible griterío.
El padre marchaba satisfecho, con el garrote bajo el brazo, fingiéndose ajeno a este entusiasmo; pero cuando amainaba el griterío, corría a la cabeza del grupo, olvidando toda prudencia, con la rabia de un comerciante a quien no le dan el género que le corresponde por su dinero. El mismo daba la señal: «¡Viva el Manitas!» Y la ovación reanimábase con fuertes bramidos.
Algunos roncaban tirados en las banquetas; otros se alejaban titubeando, para volver poco después pálidos, con la pechera de la camisa manchada. De pronto se apagaron las luces y salimos empujándonos, entre un griterío de protesta. Se habló un poco de matar al mayordomo, pero había desaparecido. ¿Y se fueron ustedes a dormir? preguntó Ojeda.
Se abrazaron por última vez y se dejaron deslizar silenciosamente al agua. Nadaron doscientos metros protegidos por la masa de las rocas, pero pronto un gran griterío les advirtió que estaban descubiertos y una lluvia de balas que silbaron por todas partes les probó que sus perseguidores estaban decididos á impedir que se escapasen. ¡Sumerjámonos! dijo Tragomer. Van á tirar otra vez.
Palabra del Dia
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