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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Bajaron por la izquierda de la Ribera de Curtidores; al llegar frente al sitio en que tiempo atrás vio salir a Pepe de casa de Engracia sintió el rostro abrasado por una llamarada de vergüenza; pero ni acortó el paso, ni pensó retroceder.
Creíase motor del misterioso reloj del tiempo. Dale que le dale, había llegado al fin la hora, y la manivela, que para él era parte de sus propias manos, se había quedado sola en el taller, quieta y muda. Sin decir adiós al maestro, porque el maestro no le saludaba a él a ninguna hora, Pecado había salido y bajado a saltos por la Ribera de Curtidores.
Tenía ésta dos hermanos, antiguos traperos de Bellasvistas, que habían acabado por establecerse en el Rastro. Uno colocaba su puesto en la Ribera de Curtidores, dedicándose a la especialidad de armas y viejos instrumentos de música, que arreglaba con maestría extraordinaria. Otro era el grande hombre de la familia; todos hablaban de él con respeto, a causa de su riqueza.
Así como descendieron por la Ribera de Curtidores, se achicó el panorama, fue hundiéndose, hasta ocultarse detrás de los tejados de los almacenes que cerraban el fondo de la calle. A ambos lados, bajo toldos de lienzo blanco o de sacos obscuros, estaban los puestos de los chamarileros tradicionales, que viven todo el año en el Rastro.
Los de la Ribera de Curtidores miran a los de aquí como puedan mirarles a ellos los comerciantes de la Puerta del Sol.
Iba presa de una emoción indefinible, murmurando incesantemente: «calle de la Pasión... una casita baja, de revoque amarillo... que hace esquina...» Atravesaron la calle de Toledo, entraron en la de los Estudios, anduvieron toda la del Cuervo y, al llegar a la Plazuela del Rastro, preguntó Paz a una mujer dónde estaba la Ribera de Curtidores, con propósito de seguir adelante, hasta encontrar la esquina de la calle de la Pasión.
¡Hola, querido Martín! le dijo. ¡Hola! ¡Buenos días! ¿Va usted a echar un vistazo por este viejo barrio? Sí. Pues iré con usted. Tomaron por la Rua Mayor, la calle principal del pueblo antiguo. A un lado y a otro se levantaban hermosas casas de piedra amarilla, con escudos y figuras tallados. Luego, terminada la Rua, siguieron por la calle de Curtidores.
Como era domingo y hacía una mañana hermosa, la Ribera de Curtidores estaba llena de gente: cada puesto de ropas usadas, trastos viejos, telas, clavos, armas, colillas y herramientas, tenía delante un grupo de gente que vociferaba y bullía, regateando con indescriptible griterío.
Almudena se opuso a que se fuese tan pronto; pero ella insistía en retirarse, con la firmeza que gastaba en toda ocasión: «¡Pues estaría bueno que me quedara yo aquí, puesta al sol y al aire como un pellejo en secadero de curtidores! Y dime, Almudenita: ¿me vas tú a mantener aquí? ¿Y a mi señora, quién le mantiene el pico?».
Y satisfecha de este caritativo deseo, se removió en el asiento, enderezó la sombrilla, y quedó inmóvil, con los morros apretados, fingiendo no ver ni oír al Ingeniero y sus parientes. El chamarilero, sentado en el sillón, aconsejaba a su sobrino dónde debía hacer las compras. La tienda de la Ribera de Curtidores era ahora de sus hijos; se la había traspasado para quedar en completa libertad.
Palabra del Dia
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