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Algo bueno iba a surgir de su inesperada amistad con el personaje... Y el recuerdo del marqués le acompañó como una promesa de fortuna en los días de Carnaval. Al llegar Maltrana a Bellasvistas, creyó ver la reproducción animada de un cuadro de Goya.

El trapero le detuvo. No le aconsejaba que esperase a la vieja; si habían de rezar en Bellasvistas por el perdón de todos los alegres pecados que aquella tarde se cometerían en Madrid, tenían oración cortada hasta la noche. Pero antes de que Isidro se fuese, quería enseñarle la casa, especialmente la habitación que había arreglado con motivo de su casamiento.

eres el solitario de Bellasvistas, el gran filósofo de los Cuatro Caminos, el sabio de la busca, el más profundo de los traperos que entran en Madrid.

He enviado el Bobo a Madrid a que vea las máscaras, y la vieja está en la Doctrina, en ese corralón de Bellasvistas donde juntan las señoras al rebaño femenino de la busca para que cante oraciones. Zaratustra, que se preciaba de conocer a todo Madrid, había oído hablar de alguna de estas damas devotas cuando eran jóvenes, y reía, guiñando sus ojos lacrimosos.

Sus ligeros carros en forma de cajón eran de un azul rabioso, con un óvalo encarnado en el que se consignaba el nombre del dueño. Venían de Bellasvistas y de Tetuán, de los barrios llamados de la Almenara, de Frajana y las Carolinas. Los más pobres no tenían carro, y marchaban a lomos de un borriquillo, con las piernas ocultas en los serones destinados a la basura.

Abandonaron la carretera en Bellasvistas, y anduvieron por un camino hondo, entre tejares y tapias de huerta, junto a las cuales pasaban, espumosas y susurrantes, las aguas de un canal. Comenzaba a anochecer. El cielo era de color violeta; las lomas obscuras que cerraban el horizonte hacían resaltar sobre una faja de oro mortecino los negros bullones de la arboleda de sus cimas.

La muchacha habló débilmente de la necesidad de volver a casa en seguida, pero Isidro protestó. Su padre no iba a inquietarse por tan poca cosa; la creería, como otras veces, en casa de su compañera de Bellasvistas. Tal vez a aquellas horas estaría ya en el «Ventorro de las Latas», preparando su marcha a El Pardo. Unos faroles de papel iluminaban el merendero con difuso resplandor.

El devoto mirose los zapatos y añadió: Me aguardan en Bellasvistas, señor de Maltrana. Llevo tres reales en el bolsillo y unas hojitas para cierta viuda. La pobrecilla está muy mal; tiene un batallón de chiquillos. Ya sabe usted, don Isidro, dónde vivo. A ver si me honra un día con su presencia y visita mi jardín.

Su mujer estaba en el cementerio; y al hablar de ella humedecíanse sus ojos, por el recuerdo, sin duda, de las palizas que la había dado. Ahora tenía con él a la Borracha, la trapera más sucia y mal trabajadora que existía desde Bellasvistas a Fuencarral. Un dragón con faldas, señores; él no se avergonzaba de confesar su cobardía.

El segundo día de Carnaval, por la tarde, al salir Maltrana de la calle de los Artistas, se detuvo en los Cuatro Caminos, dudando entre bajar a Madrid o subir hacia Bellasvistas y las Carolinas.