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Actualizado: 15 de septiembre de 2024
Cabe anchurosa playa de fina y suave arena, y al pié de una montaña cubierta de verdor, planté mi choza humilde bajo arboleda amena, buscando de los bosques en la quietud serena reposo a mi cerebro, silencio a mi dolor.
A través de los solares en construcción y de las escalinatas que se desarrollan pendiente abajo distinguió la inmensidad del mar, y en su orilla la arboleda de los jardines, la larga masa del Casino á vista de pájaro, con sus tejados verdosos y las cúpulas amarillas de sus salones, la gran plaza, el jardincillo circular del «queso», y en torno de él numerosas personas del tamaño de hormigas.
De día, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y pálidas de artista, a mondar las legumbres. Luego corría con sus hijos a la abrupta costa de Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableció su escuela de estudios orientales. Sólo al llegar la noche comenzaba su verdadera existencia.
Cuando éstos hablaban se estremecía el suelo, temblaba el aire, y los pobladores de la arboleda, cuervos y liebres, mariposas y hormigas, huían despavoridos para ocultarse, como si el mundo fuese á perecer en ruidosa convulsión. Ahora, los monstruos bramadores permanecían callados. Se llegaba junto á ellos sin verlos.
Nosotros, gentes del campo, no hacemos mal á nadie y nada debemos temer.» Cuatro horas después, al bajar una de las pendientes que forman el valle del Marne, vió á lo lejos los tejados de Villeblanche en torno de su iglesia, y emergiendo de una arboleda las caperuzas de pizarra que remataban los torreones de su castillo. Las calles del pueblo estaban desiertas.
Pasados estos incidentes volvía otra vez la lección cantada, y la arboleda parecía estremecerse de fastidio al tamizar entre su ramaje este monótono sonsonete. Algunas tardes oíase un melancólico son de esquilas, y toda la escuela se agitaba de contento. Era el rebaño del tío Tomba que se aproximaba. Todos sabían que llegando el viejo con su ganado había un par de horas de asueto.
Los pardos vapores del anochecer extendíanse a ras de los campos, la arboleda tomaba un tono de oscuro azul, y arriba, en el cielo, de color violeta, palpitaban las primeras estrellas. Continuaron en silencio algunos minutos, hasta que Marieta se detuvo con una decisión inspirada por el miedo... Lo que tuviera que decirle, lo mismo podía ser allí que en otra parte.
Al fin, el ingeniero francés, que por ser el autor de la fiesta mostraba una superioridad absorbente, se interpuso entre Elena y los demás hombres, ofreciéndola el brazo para enseñarle todas las bellezas de su invención forestal. Robledo aprovechó esto para tocar á Ricardo en la espalda, invitándole á dar un paseo por la arboleda.
Ella apeló entonces a las lágrimas, último recurso femenil; y Fernando, para distraerla, comenzó a ensalzar la belleza del paisaje. Interrumpía sus desesperadas reflexiones con llamamientos para que fijase los ojos en la tupida arboleda y la maravillosa vista de la bahía. El remedio fue eficaz. ¡No me quieres, me has engañado! gemía Nélida . Me dejas ir al encuentro de mi hermano.
Alicia volvía á serle antipática cada vez que intentaba resucitar sus antiguas gracias de perturbadora de hombres. Vagaron más de media hora por los diversos planos de los jardines. De vez en cuando, Miguel, al pasar por un claro de la arboleda, lanzaba una mirada cautelosa hacia la «villa». Nadie en las ventanas; pero él presintió una agitación interior á causa de esta visita.
Palabra del Dia
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