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Actualizado: 15 de junio de 2025
Un alto en la marcha era lo único que le hacía perder la calma. Aprisa, hijos míos decía á los conductores del cadáver que hoy aún me quedan tres. Tengo trabajo en Galdames y en la Arboleda. Muchas veces llegaba la obscuridad antes de que terminase su tarea de acompañar muertos por veredas y desmontes.
El peñón abrupto es arena rutilante. El nido es colmena. La altura es extensión. La cima ha sido cubierta por la arboleda en marcha: no se ven más que árboles. La roca altísima ha sido invadida por el mar: no se ven más que olas. Hoy es plaza lo que ayer fue torre, lago lo que fue atalaya, cielo inconmensurable lo que fue astro esplendoroso.
Los caballos sin jinete emprendieron un galope loco á través de los campos, con las riendas á la rastra, espoleados por los estribos sueltos. Y después del rudo vaivén que le hicieron sufrir la sorpresa y la muerte, se dispersó, desapareciendo casi instantáneamente, absorbido por la arboleda. Junto á la gruta sagrada
Más de una vez he visto procesiones insignificantes en Bogotá, a propósito de fiestas secundarias de la iglesia; el pendón era siempre llevado por miembros conspicuos del partido conservador, por hombres cuyo apellido, no sólo recuerda las tradiciones de los buenos tiempos, sino que están vinculados a la historia nacional: los Mallarino, los Arboleda, etc.
Y ¡qué hermosa era Tenochtitlán, la ciudad capital de los aztecas, cuando llegó a México Cortés! Era como una mañana todo el día, y la ciudad parecía siempre como en feria. Las calles eran de agua unas, y de tierra otras; y las plazas espaciosas y muchas; y los alrededores sembrados de una gran arboleda.
Pero no es esto lo mejor, sino que cate usted ahí, que sin saber ni cómo ni por dónde desaparece un a moo de jardín que había al frente. No parecía sino que el demonio había cargado con él. ¿Qué estás diciendo, Momo? dijo Dolores. Naica más que la purísima verdad. En lugar de la arboleda, había al frente un a moo de estrado con redondeles de trapo que sería de un palacio.
Fija bien en ella tu vista, cruel anciano. ¿Qué descubres entre las copas de la arboleda? ¡Oh intenso y bárbaro placer! Son los cadáveres de Emila y Jeremías, tostados y desecados por el sol de otoño, con sus cortadas cabezas clavadas en los troncos ó hincadas en las puntas de las ramas.
Permaneció todo en silencio. Arriba, sobre las masas de la arboleda, centelleaban los astros en la densa calma del espacio; abajo, a ras de tierra, notábase un leve movimiento, un susurro contenido, como si en la sombra se revolviesen enjambres de insectos.
Al extremo de la Avenida, el jardín de la Recoleta iba igualando los tonos oscuros de su arboleda tropical; y por encima, cerrando la perspectiva en la entrada del cementerio, la iglesia del Pilar, pequeña, simple, con algo de atónito en su distante apariencia: vieja capilla que la ciudad colonial desaparecida había dejado allí disimulada en la humildad de su encanto.
Los curiosos pasaban indiferentes ante las primeras mesas de juego, para agolparse en torno de la última, la del «treinta y cuarenta», al pie de un gran cuadro en el que tres buenas mozas desnudas, sobre un fondo de arboleda obscura igual á los jardines de Boboli, representaban Las Gracias florentinas. Allí estaba el fenómeno.
Palabra del Dia
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