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Y ahora, de pronto, me veo hecho un trapo, y me ahogo, señor, las piernas no pueden tenerme y me faltan fuerzas para ir de un rincón a otro. ¡Qué ganas tengo de salir de aquí!... Estoy seguro de que apenas salte a tierra seré otro, volveré a sentirme fuerte como en mi pueblo... Diga, señor: ¿cuándo llegamos a Buenos Aires?

La mayor, que es la más estirada, levantó las cejas, y mirándome como con lástima, y echando aquella voz tan fina, pero tan fina que parece que se la han hecho las arañas, fue y me dijo, dice: ¿Pero ese señor, no se casa con usted?. Por poco suelto el trapo... Yo le contesté 'puede' y siguió con el sermón.

Jamás se había reido tanta ni de tan buena gana, é incapaz de tenerse de pie se apoyó contra el tronco de un árbol, sin poder hablar, saltándosele las lágrimas y riéndose á todo trapo.

Y como si esta palabra fuera el tapón de su ira, tras ella corrieron en vena abundante las quejas por lo que el chico había hecho aquella mañana. «Y no quiero hablar ahora del motivo añadió ella ; de esa moza que te has echado... y que sin duda empieza por pegarte su mala educación. Voy a la patochada de esta mañana. ¿Crees que tu tía es algún trapo viejo?».

Tendió el trapo a alguna distancia del toro y comenzó a darle pases con visible recelo, quedando en cada uno de ellos a gran distancia de la fiera y ayudado siempre por el capote de Sebastián. Al permanecer un instante con la muleta baja, hizo el toro un movimiento como para embestir, pero no se movió.

Eh... eh... no llore, mujer.... Mire que yo estoy montado á pelo... tengo una aflicción tal dentro de mi alma, Isidora, que... si sigue usted llorando, también yo soltaré el trapo. Vayase á su casa, y espéreme allí. Iré dentro de un ratito.... ¿Qué... duda de mi palabra? ¿Pero de veras que va? No me engañe, por la Virgen Santísima. ¿Pero la he engañado yo alguna vez?

Otros, temiendo encerrarse entre los tabiques de acero, permanecían tendidos en los sillones de las cubiertas, bajo la azulada sombra de las lonas, esperando los leves e intermitentes soplos de la brisa sobre el pescuezo sudoroso, en torno del cual se arrugaba el cuello de la camisa como un trapo mojado.

Creeríase que invisibles alas se agitaban en el espacio ocupado por el altar. Los encajes del vestido de Celinina se movieron también, y las hojas de sus flores de trapo anunciaban el paso de una brisa juguetona ó de manos muy suaves. Entonces Celinina abrió los ojos. Sus ojos negros llenaron la sala con una mirada viva y afanosa que echaron en derredor y de arriba abajo.

Ahora sigue todo este aparato una infinita tropa de carros largos, llenos de comida y vestidos de mujeres y de hombres, que es la guardarropa de la Fortuna; y con ir tantos como la siguen desnudos y hambrientos, no les da un bocado que coman ni un trapo con que se cubran, y aunque los repartiera con ellos, no les vinieran bien, que están hechos solamente a medida de los dichosos.

Había visto a los jefes de partido, a los caudillos de grupo, hablar toda una tarde, desde las cuatro hasta las ocho, roncos y congestionados, sudando como cavadores, con el cuello de la camisa hecho un trapo sucio y mirando el gran reloj del salón con angustia de condenados. «Aún falta una hora para levantar la sesión», decían los amigos.