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Actualizado: 30 de junio de 2025
Yo saltaba antes los escalones de dos en dos; ahora los saltaba de tres en tres, contestándole al mismo tiempo: sí, señor, un grupo muy magnífico, allá voy, espéreme usted, y miraba hácia bajo, para ver si faltaba mucha escalera. Creí no llegar; hasta sospeché que habia equivocado el camino y que marchaba hácia las nubes.
Cuando empezaba a alejarse con aire belicoso, se detuvo, volviendo sobre sus pasos. Espéreme aquí, Ojeda... No se vaya; ahora mismo vuelvo... Piense que me dará un disgusto si no le encuentro. Ya lo sabe... ¡quietecito! Y le amenazó sonriente, moviendo el índice de su diestra. Al quedar solos Fernando y Maltrana, éste rompió a reír. Muy bien, ilustre amigo.
Eh... eh... no llore, mujer.... Mire que yo estoy montado á pelo... tengo una aflicción tal dentro de mi alma, Isidora, que... si sigue usted llorando, también yo soltaré el trapo. Vayase á su casa, y espéreme allí. Iré dentro de un ratito.... ¿Qué... duda de mi palabra? ¿Pero de veras que va? No me engañe, por la Virgen Santísima. ¿Pero la he engañado yo alguna vez?
Me llevó á la estación, recogió los baúles de Juana con el talón que encontró en el saco, y tomándome un billete de primera, me puso él mismo en el tren de Boulogne. Viéndome allí en seguridad, me dijo: Vaya usted á parar al hotel del Casino y espéreme. Mañana por la noche llegaré para darle noticias. Partió el tren.
Así me gusta, dijo triunfante el tentador. Y sacando de un cajon un revólver, se lo entregó diciendo: A las diez espéreme frente á la iglesia de S. Sebastian para recibir mis últimas instrucciones. ¡Ah! A las nueve debe usted encontrarse lejos, ¡muy lejos de la calle Anloague! Basilio examinó el arma, la cargó y guardó en el bolsillo interior de su americana. Se despidió con un seco: ¡Hasta luego!
Los niños... ¿Qué hacemos? ¿Dejarlos solos con su madre muerta? Voy a avisar a los vecinos. Espéreme usted. Luciana, impaciente por dejar aquel fúnebre lugar, vino conmigo hasta la casa más próxima, donde había dos mujeres trabajando junto a una ventana abierta. Por fin se ha muerto dijo una de ellas cuando le noticié la muerte de la Briffarde.
La ingenuidad suele parecerse al descaro, y sólo el candor de aquellos ojos límpidos que se clavaban en él pudo hacer que el viajero distinguiese entre ambas cosas. ¿No quiere usted algo más? murmuró . ¿Desayunarse? ¿Café o chocolate? No, no... lo que es por ahora, no siento apetito. Pues espéreme en el coche. Voy a arreglar el asunto de su billete de usted.
Pero espéreme vuestra merced un poco; saldré a encender mi vela, y volveré en un instante a contar mis cuitas, como a remediador de todas las del mundo.
Palabra del Dia
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