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Actualizado: 11 de julio de 2025
¡No quedaba nadie vivo en toda la calle de Anloague! añadió Capitan Toringoy afectando valor é indiferencia á los ojos de su familia. Yo me retiraba consternado, prosiguió Chichoy, pensando en que si solamente una chispa, un cigarrillo, se hubiese caido ó se hubiese derramado una lámpara, ¡á la hora presente no tendriamos ni General, ni Arzobispo, ni nada, ni empleados siquiera!
¡Noble conducta! dijo Makaraig riendo; en los tiempos de calma, usted nos evita... El cabo preguntó á Basilio por su nombre, y hojeó una lista. ¿Estudiante de Medicina, calle de Anloague? preguntó el cabo. Basilio se mordió los labios. Usted nos ahorra un viaje, añadió el cabo, poniéndole la mano sobre el hombro; ¡dése usted preso! ¿Cómo, yo tambien? Makaraig soltó una carcajada.
Rióse como un condenado, y palpó la culata del revólver: las cajas de cartuchos estaban en sus bolsillos. Se le ocurrió una pregunta ¿dónde principiaría el drama? En su aturdimiento, no se le había ocurrido preguntarlo á Simoun, pero Simoun le había dicho que se alejase de la calle de Anloague.
Basilio, para no perder de vista á Simoun, quiso fijarse en el cochero, y con asombro reconoció en él al desgraciado que le había conducido á San Diego, á Sinong el apaleado de la Guardia Civil, al mismo que le enteraba en la carcel de cuanto había sucedido en Tianì. Conjeturando que la calle Anloague iba á ser el teatro, allá se dirigió el joven, apresurando el paso y adelantándose á los coches.
Así me gusta, dijo triunfante el tentador. Y sacando de un cajon un revólver, se lo entregó diciendo: A las diez espéreme frente á la iglesia de S. Sebastian para recibir mis últimas instrucciones. ¡Ah! A las nueve debe usted encontrarse lejos, ¡muy lejos de la calle Anloague! Basilio examinó el arma, la cargó y guardó en el bolsillo interior de su americana. Se despidió con un seco: ¡Hasta luego!
Palabra del Dia
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