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El Virrey 14 de Navarra mandó contra ellos una columna. La columna no derrotó a nadie... como siempre; pero cogió a D. Carlos, que estaba en el convento de frailes franciscos, , , y juntamente con un sobrino de Santos Ladrón y un capuchino, a quien sorprendieron haciendo cartuchos, le llevaron a Estella.

Los mayores miraban con semblante serio las huellas de la lucha; los pequeños, riendo alegremente, triscaban como cabritillos; todos iban buscando vestigios del paso de la tropa y mostrándose mutuamente las peñas donde chocó una granada, la tierra removida en el piso de las zanjas y el musgo manchado por la sangre; pero lo que más les regocijaba era recoger cartuchos vacíos.

El máuser, que es el arma del día, necesita llevar tras de un parque bien provisto, tener almacenes de cartuchos a la espalda, y esto es incompatible con la guerra de partidas. Pero reconocerá usted que de algo servimos y que préstamos a la nación un buen servicio. Lo reconozco dentro del actual orden de cosas. Pero aún lo reconocería mejor si fuesen ustedes menos.

, señor, hace una hora.... ¿Ha traído los cartuchos? , señor. ¿Y el alpiste? , señor. Pues dile que mañana muy temprano tiene que volver a la ciudad, con un recado para el señor Crespo. Deja... voy yo mismo a enterarle.... Escribiré dos letras; ¿no te parece, Ana? ese Anselmo es tan bruto.... Salió el amo del comedor.

Quintanar no preguntó por su mujer; no era esto nuevo en él; solía olvidarla, sobre todo cuando tenía algo entre manos. Pidió luz para el despacho, se sentó a su mesa, y separando libros y papeles, dejó encima del pupitre un envoltorio que tenía debajo del brazo. Era una máquina de cargar cartuchos de fusil.

Y escuchó con expresión provocadora sus instrucciones. Tratábase de ir a recoger cartuchos, que empezaban a faltar, de los muertos del día, no recogidos aún por los árabes. Está bien; allá voy. ¿Dónde está el saco? Y se lo echó a la espalda, diciendo: Esto me recuerda cuando iba a robar alcachofas a la llanura de Saint-Denis... El capitán hizo formar el círculo.

Vestía una blusa gris adornada de trencillas negras, calzones obscuros y raídos, con grueso refuerzo de paño en la entrepierna, y unas polainas de cuero resquebrajado por el sol, la lluvia y el lodo. Bajo la blusa, el vientre parecía hinchado por los aditamentos de una gruesa faja y una canana de cartuchos, a la que se añadían los volúmenes de un revólver y un cuchillo atravesados en el cinto.

Buscó en una bolsa otros cartuchos e introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos. Eran con bala. ¡Caza mayor!... Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría. Al pasar cerca de Can Mallorquí, el perro salió a su encuentro con ladridos de regocijo.

Lo cierto es que trataba a sus pretendientes con ostensible despego. ¡Qué esfuerzos hacía cada uno de ellos por aventajar a los otros en cortesía, donaire y gentileza! ¡Cuántos cartuchos de confites entregados con emoción y olvidados inmediatamente sobre la mesa! ¡Cuánto requiebro, cuánta galantería perdidos en el aire!

Yo dispararé dijo la muchacha. Se volvieron a hacer frente, porque los hombres de la partida se iban acercando. Silbaban las balas. Se veía una nubecilla blanca y pasaba al mismo tiempo una bala por encima de las cabezas de los fugitivos. El extranjero, la señorita y Martín se guarecieron cada uno detrás de un árbol y se repartieron los cartuchos.