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Algunas veces habían osado apedrear de lejos á la guardia civil, cuando en vísperas de revuelta paseaba sus tricornios por los caminos de la montaña. Ahora, el Milord hablaba con terror de frecuentes robos de dinamita en los depósitos de las canteras. Los cartuchos debían ocultarlos los pinches en previsión de lo que ocurriera. ¡Buena se iba á armar!...

Vamos gritó Divès ; el tiempo vuela. ¡En marcha! ¡En marcha! Todos salieron. Los contrabandistas condujeron el furgón, que contenía varios millares de cartuchos y dos barriles de aguardiente, a trescientos pasos de allí, en medio del valle, y desengancharon los caballos. Vosotros, seguid marchando gritó Marcos al resto de la caravana ; dentro de pocos minutos os alcanzaremos.

Mas, la noticia de la desaparicion del joyero habiendo llamado la atencion de toda la Escolta, y habiéndose encontrado sacos de pólvora y grande cantidad de cartuchos en su casa, la declaracion tuvo visos de verdad y empezó el misterio á rodear poco á poco el asunto, envolviéndose en nebulosidades, se habló cuchicheando, tosiendo, con miradas recelosas, puntos suspensivos, y muchas frases huecas de ocasion.

Yo, indignado, le daba nuevos cartuchos, pilas de monedas de medio real envueltas en papel. Ya estaba vacía la maleta... La turba continuaba rugiendo insaciable. Más ¡vuestra señoría! suplicó Sa-Tó. ¡No tengo más, criatura! ¡El resto está en Pekín! ¡Oh, Buda santo! ¡Perdidos! ¡Perdidos! exclamó Sa-Tó, doblando las rodillas. El populacho, callado, esperaba aún.

Llegaban los labradores, con la faja abultada por los cartuchos de dinero, a comprar lo que necesitaban para toda la semana allá en su desierto, rodeado de naranjos; iban de un puesto a otro las hortelanas, elegantes y esbeltas cual campesinas de opereta, peinadas como señoritas, con faldas de batista clara que, al recogerse, dejaban al descubierto las medias finas y los zapatos ajustados.

Los cartuchos con bala, toscamente preparados la noche antes por ellos mismos, los llevaban sueltos en los bolsillos del lástico, y los pistones a granel en las faltriqueras del pantalón: todo seguro y a la mano, como ellos decían. Yo les sacaba de ventaja el revólver y un cañón en la escopeta.

El defensor del gobierno, por mediación de su compañera, facilitaba víveres al rebelde. Otras veces ocurría lo contrario. La moneda carecía casi siempre de valor en estas transacciones. El bando falto de municiones sólo quería vender su pan á cambio de cartuchos, y el que los tenía los entregaba, ansioso de comer, sin fijarse en que, horas después, estos mismos proyectiles podían darle la muerte.

Estáis soñando. ¿Huelga? ¿Para qué? ¿Para hocicar en cuanto falta el pan en casa, quedar empeñados y volver al trabajo? Lo de los cartuchos, es una salvajada de cobardes; ¡por cuenta mía no se asesina a nadie! Dejad a mi cargo la venganza, que será buena.., y larga.

Como he dicho, la sobrecámara de la toldilla tenía una trampa que daba a la cámara del capitán; por ella bajamos nosotros y cerramos la puerta de nuestra cámara, donde solíamos dormir los vascos. Quedamos incomunicados. En seguida el piloto nos mandó encender la linterna de la Santa Bárbara, bajamos al pañol de las armas y de la pólvora y tomamos cada uno nuestro rifle y cartuchos en abundancia.

Mandole su padre a casa de un mercader amigo suyo con este recado: «Dile a Rubén Toledano que te doscientos duros que necesito hoy». El tal debía de ser al modo de banquero, y entre ambos señores reinaba sin duda patriarcal confianza; porque el encargo se hizo efectivo sin ninguna dificultad, cogiendo Mordejai los doscientos pesos en cuatro pesados cartuchos de moneda española.