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Hacía algunos años, desde que le dieron «la alternativa» en la Plaza de Toros de Madrid, que venía a alojarse en el mismo hotel de la calle de Alcalá, donde los dueños le trataban como si fuese de la familia, y mozos de comedor, porteros, pinches de cocina y viejas camareras le adoraban como una gloria del establecimiento.

Entraron, pues, en la cocina, donde los pinches, el cocinero y algunos mozos que allí estaban los examinaron con sorpresa. Hojeda ordenó que al instante frieran un par de chuletas: el cocinero, al saber de lo que se trataba, se puso a prepararlas con gran prisa; los pinches también desplegaron toda su actividad.

Al verlos desgarrarlas con los dientes y soplar al mismo tiempo para no quemarse, Miguel sintió los ojos húmedos. Uno de los pinches colocó sendas rebanadas de pan al lado de los platos. A ver dijo Miguel, que traigan dos copas de Jerez.

Entonces, permítame usted que lo dude, porque hasta las dos estoy siempre en la cama. ¡Oh, hasta las dos! exclamaron varios. Eso ya es una exageración, Fuentes dijo la marquesa de Alcudia. Pero es una exageración aristocrática, marquesa. ¿Quién se levanta primero en Madrid? Los barrenderos, los mozos de cuerda, los pinches de cocina.

Fernandito, creyéndose en posesión de un talismán precioso, corrió a dar la noticia a su cara esposa Currita, dispuesto a pasar por agua todos los jamones de su despensa, todas las cacerolas de su cocina y todos los pinches de ella, con el cocinero a la cabeza. ¿Y por qué no?... Días antes relataba un periódico que el emperador de Birmania había mandado enterrar vivas a setecientas personas para aplacar los espíritus diabólicos que habían esparcido por sus Estados la viruela negra. ¿Por qué no había él de hervir a un cocinero y tres pinches para librar de la trichina a su persona y a la de sus deudos y amigos?

Y mientras llegaba el momento de la rebeldía, los representantes del partido en la cuenca minera, que eran en su mayoría taberneros, derramaban en la irritada masa el consuelo del alcohol y de las teorías revolucionarias. El Milord, en la tertulia de los contratistas, hablaba, con alarma, de los pinches de las minas.

Algunas veces habían osado apedrear de lejos á la guardia civil, cuando en vísperas de revuelta paseaba sus tricornios por los caminos de la montaña. Ahora, el Milord hablaba con terror de frecuentes robos de dinamita en los depósitos de las canteras. Los cartuchos debían ocultarlos los pinches en previsión de lo que ocurriera. ¡Buena se iba á armar!...

Los amos ocupaban en invierno el principal y en verano el bajo: en el segundo estaba la administración, y en las buhardillas, los cocheros, pinches y lacayos, amén de dos o tres familias de sirvientes jubilados y gentes protegidas, entre ellas, Manuela, hija de un ayuda de cámara, hermana de una doncella y viuda de un mozo de comedor que había servido muchos años y murió, dejándola embarazada.

La lavandera los admiró a su sabor, y admirándolos se fue poco a poco hacia un sitio de donde salía un rico olorcillo de viandas muy suculento y delicioso. De esta suerte llegó a la cocina; pero ni jefe, ni sota-cocineros, ni pinches, ni fregatrices había en ella; todo estaba desierto, como el resto del palacio.

¡Ené! ¡Han matado al Maestrico! ¡Vamos á verlo! Y seguían corriendo hacia el gentío, en el cual se destacaban los negros uniformes y las boinas con chapa de una pareja de miñones. Algunos muchachuelos, pinches de las minas, llegaban atraídos por el suceso, llevando en cada mano un cartucho de dinamita para los barrenos.