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Actualizado: 21 de junio de 2025
Y fue el primero la aparición de un extraño fenómeno a las puertas de Madrid, que vino a causar al marqués de Villamelón un pavor tan grande, como no lo causó nunca Catilina a las puertas de Roma, ni Mahomet II a las de Constantinopla, ni Isabel la Católica a las de Granada, ni Guillermo I a las de París. ¡La trichina!...
Fernandito, creyéndose en posesión de un talismán precioso, corrió a dar la noticia a su cara esposa Currita, dispuesto a pasar por agua todos los jamones de su despensa, todas las cacerolas de su cocina y todos los pinches de ella, con el cocinero a la cabeza. ¿Y por qué no?... Días antes relataba un periódico que el emperador de Birmania había mandado enterrar vivas a setecientas personas para aplacar los espíritus diabólicos que habían esparcido por sus Estados la viruela negra. ¿Por qué no había él de hervir a un cocinero y tres pinches para librar de la trichina a su persona y a la de sus deudos y amigos?
Sucedía esto a los ocho o diez días de la repentina marcha de Jacobo, y entre aflicciones de espíritu, quebrantamientos de estómago y apreturas de entendimiento, recibió Villamelón una cariñosa carta de este tierno amigo, en que, con previsión amorosísima y delicadeza exquisita, le enviaba una receta infalible contra la trichina, recogida de los labios mismos de los hermanos Tramponetti, fabricantes de embutidos en la salchichonesca Génova.
Palabra del Dia
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